Capítulo XLVIII

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"El acto inocente de la guerra"

     Era incoercible la manera en que sus recuerdos habían llegado a encerrarla en su habitación, ni el olor a flor ni el de pino habían logrado tranquilizarla después de aquel acto. Porque al momento en que aquel chico cuyo nombre no supo al instante si no hasta que un fragmento de su memoria le traicionó, le abrazó, ella soltó su nombre al aire antes de adentrarse al bosque y huir a casa.

     Habían pasado alrededor de dos semanas desde que ella había entrado a su habitación y no había salido, las lágrimas de fragmentos que estaba segura no le pertenecían solo le dejaban mirando el infinito de la pared en aquella oscuridad, y sin embargo sentía un extraño dejá vú en ello, como si esa situación ya la hubiera vivido antes. Siempre recordando el tortuoso dolor de la muerte asfixiante, viendo esas imágenes que no le permitían dormir y perturbando su bonita paz. Ni siquiera cuando Laszlo fue a verla pudo estar tranquila, terminó por echarlo de su habitación a base de golpes que sentía si no lo hacía terminaría haciéndoselos a ella misma. Sentir el dolor revivido en piel propia de las quemaduras de la piel con fuego, la vez que se ahogó, la vez que una espada le atravesó el corazón, en otra ocasión cuando le dispararon a través del cráneo, en otra ocasión fue acribillada y en otra cayó de un edificio, en otra fue cortada en pedacitos, la vez que se clavó una daga en la garganta, la vez que se ahogó con su propia sangre e incluso el terrible recuerdo de cuando alguien -que intentaba en vano asegurar no era ella- se auto-apuñaló repetidas veces todo el cuerpo o cuando se cortó las muñecas, las veces que se pegó contra la pared en innumerables ocasiones hasta que murió, esas y más veces, había perdido la cuenta del número de muertes que alguien más tuvo y ahora no podía ni cambiar de posición mientras lágrimas, sudor y sangre comenzaban a manchar las sabanas de la improvisada cama. Simplemente el dolor era tanto que había comenzado a auto-lesionarse lo suficiente como para que el dolor dejará de persistir tanto tiempo. Y todo por esos ojos...

     Del otro lado de la puerta, recargado sobre esta estaba el peli-verde escuchando atento cada murmullo y grito que inundaba la cueva que Alice llamaba hogar. Siempre a las tres de la mañana desde que se encerró en aquella habitación, y que era la hora en la que el cuerpo de Alice se desmayaba se levantaba de la fría tierra por un poco de agua y comida para volver a su posición como un fiel guardia. De vez en cuando Andrea y Aldahir le acompañaban un rato pero en cuanto le escuchaban gritar de forma desgarradora se marchaban con una expresión marcada de impotencia, Abraham siempre estaba hablando con alguien desde la cercana cocina, o solo era la imaginación de Christian pero nunca se acercaba a la puerta tanto como él, era simple, le dolía incluso oler el aroma deformado de lo dulce, ahí ya no había una delicada y azucarada rosa, había una planta amarga que agonizaba por estar marchitándose. Sin embargo, él se aguantaba las ganas de huir cada que le escuchaba murmurar el nombre de Abraham, tal vez por que le dolía escuchar tales palabras de alguien que había sido hecha especialmente para él. 

— ¡AH! —se volvió a escuchar, eran las cuatro de la mañana y tal parecía que su cuerpo aún resistía para más pesadilla, apretó los puños y mordió su labio inferior no solo haciendo que este sangrara por la presión si no también sintiendo un extraño dolor en el pecho. Frente a sus ojos pasó un recuerdo sin imagen, parecía hablar con alguien por algún transmisor.

>>> Yo... <<<

Una voz débil y que parecía sollozar le hizo tirar el teléfono en aquel recuerdo que de pronto le hizo sentir que comenzaba a asfixiarse, abrió grande la boca intentando respirar para después llevar su mano derecha hasta su garganta que no estaba cumpliendo con su deber.

Virtual Life [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora