CHAPTER ONE

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30 de Agosto de 1940,

Londres, Inglaterra.




La joven con cabellos castaños, que volaban por las ráfagas del viento que producían los autos, miraba atentamente una revista con noticias sobre la guerra, inconsciente de su impactante belleza para tan sólo tener trece años.

Su padre aún seguía en la guerra y su abuela se encontraba con problemas de salud, razón por la cual ella terminó en el Instituto Saint Finbar, lo que la llevaba a no querer perder el hilo de las noticias ni por un segundo. En el Instituto había toda clase de niños, desde las que solamente estaban allí por una buena educación o las que vivían allí día y noche al no tener donde ir, al igual que ella.

— ¿Estudias en Saint Finbar?

Una voz masculina transitando la pubertad se escuchó a su lado, pero al ver que no le hablaban a ella sino a Susan Pevensie, se relajó suspirando mientras una sonrisa divertida se le escapaba al notar la molestia de la chica por la interrupción de su lectura.

Briar conocía a Susan al ser compañeras de habitación junto a otras dos chicas, las cuales solamente hablaban entre ellas dejándolas excluidas, por lo que no les quedaba otra que hablar la una con la otra, aunque a Susan no le gustara mucho hacerlo. Pero a pesar de eso, ambas lograron llevarse bien al tener intereses en común como la lectura. Con el tiempo ambas sabían algunas cosas sobre la otra, como que Susan tenía otros dos hermanos y otra hermana, Lucy, la cual Briar ya conocía. Realmente le agradaba la pequeña, ya que siempre se encontraba feliz y con buena energía, varias veces habían entablado conversaciones en las comidas y jugado en el patio.

En cambio, los hermanos, nunca los había conocido o al menos no frente a frente, ya que el Instituto al tener los edificios de mujeres y hombres separados era imposible encontrarse, a no ser, que como los Pevensie, tuvieran familia. Por lo que solo los conocía de verlos desde la ventana de su habitación, y por Lucy solamente sabía que se llamaban Edmund y Peter.

— Así es— le contestó al chico con una mueca tratando de que la conversación finalizara allí.

— Te he visto, siempre estás sentada sola.

Briar ahogó una carcajada, aquello no podía haber sonado más acosador.

— Sí, bueno, prefiero que me dejen en paz— la voz de Susan sonó dura por la reciente crítica del muchacho dándole una clara indirecta.

— Yo también— habló feliz.

Briar no pudo aguantarlo y una pequeña risa salió de sus labios ganándose la atención de ambos.

LA REINA LOBO | edmund pevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora