Capítulo siete.

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—Definitivamente no volveré a aceptar nada de un desconocido. —mordí otro trozo de mi hamburguesa mientras caminaba, luego vi que hablaba sola. Di media vuelta y me lo encontré parado en la acera.

—¿Louis?

—Ven. —no me miró, sino que desvió el rumbo a través del césped. Nota mental: por mucha hambre que tengas, si aparece Louis con hamburguesas, no aceptes. Es mejor echar a correr hacia casa después de rociarle los ojos con espray de pimienta.

—Acabo de decir que no aceptaré nada de desconocidos.

—Genial, porque no lo soy. —rodé los ojos y lo seguí, hasta que cruzamos unos arbustos, los cuales no tenía ni idea de a dónde llevaban. Solo caminamos hasta detenernos delante de unas verjas de hierro que cercaban un campo de fútbol. Y a juzgar por el estado de estas, el candado oxidado y la acumulación de basura y hojas en las gradas, estaba más que abandonado. Lo único que quedaba en buen estado era el césped. Simplemente porque era artificial.

Engullí de golpe el último mordisco de comida y vi a Louis presionar la puerta para entrar.

—Si te haces daño con eso no pienso llevarte a urgencias para la vacuna contra el tétanos. —le dije. Pero estaba demasiado centrado hasta para ignorarme.

—Me sirve de consuelo, gracias.

La primera cerradura cedió, la segunda fue imposible. La parte alta de la puerta se abrió, por lo cual si queríamos entrar debíamos escalar y saltar. Y yo no estaba dispuesta.

—Muy inteligente, genio.

—Hay que saltar, yo iré primero.

Me quedé mirando como subía la verja y luego sin dificultad llegaba al otro lado. Yo no crucé, sino que lo miré desde mi lado con los brazos cruzados.

—¿A qué esperas?

—¿Esto es en serio?

—¿Crees que si fuera una broma habría saltado? En todo caso te haría saltar a ti primero y luego echaría a correr.

Le enseñé mi dedo del medio y me acerqué a la valla. Salté al otro lado y él me ayudó a mantener el equilibrio.

—¿Qué hacemos aquí?

—Jugar al fútbol. —contestó obvio.

—Venga ya, ¿con qué balón? —él señaló los banquillos, y luego corrió hacia ellos, subiéndose encima y palpando el tejado de lo que debió ser un puesto de comida rápida. Me sonrió con sorna cuando caminó hacia mí con un balón en la mano.

—¿Decías? —se burló.— Siempre caen tras los puestos. Ven, al centro.

—Estás de puta broma. —me crucé de brazos cuando dejó caer el balón al suelo y le dio los primeros toques. Ni loca juego yo al fútbol después de comer y con el inusual sol que hace hoy.

—¿No sabes jugar acaso? —alzó una ceja.

—Sí, pero- —no me dejó terminar.

—Entonces prepárate para el partido. Al mejor de tres.

Me coloqué en el centro contra mi voluntad, el balón entre nosotros listo para ser aporreado. Él hacía la cuenta atrás, entonces me fijé en su chaqueta, azul, desabrochada y dejaba ver por debajo una básica. Y sus pantalones de chándal holgados, grises. De vans. Y vuelta a los pantalones.

—Espera, Louis, para. —lo interrumpí cuando iba a llegar a uno.

—¿Qué pasa?

—No puedes jugar con esos pantalones.

Cordis GlaciemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora