Capítulo uno.

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—¡A.J! —El grito de Rick resonó hasta en la zona de percusión. Arrastrando los pies por el suelo de corcho me acerqué. —¿Has limpiado ya la zona de cuerda? Abrimos en cinco minutos y yo me voy en tres. —Rodé los ojos, mientras mi jefe, al cual no era capaz de tomar en serio por sus continuos paseos entre los distintos instrumentos, me apuraba, y decidí pasar el paño empezando por las guitarras.— Voy a abrir ya. Quedas al mando hasta el turno de Zoey. —Bufé. Al contrario que a las demás personas del planeta, no soportaba el acento francés de Ricardo.

Me golpeó el hombro como despedida y cruzó el umbral haciendo sonar la campanita de la puerta. Odiaba los días como hoy, no porque fuese viernes trece de septiembre, día en que las residencias de estudiantes de universidad y casas de hermandades se llenan de gente por el comienzo del nuevo curso en un par de semanas. Lo que aumentaba notablemente el trabajo. Sino porque hoy, justo hoy, era mi cumpleaños. Y no había nada que aborreciese más que esta fecha. Nunca ocurrían cosas buenas en ella.

Cuando por fin los bajos estuvieron impecables, me senté en el banco del único piano de cola de la tienda de instrumentos Rick’s. Lo bueno de aguantar a repelentes críos corretear entre xilófonos e ignorantes adolescentes sobar las guitarras sin saber diferenciarlas de un violín, eran los cinco minutos que podía tomarme para limpiar el más grande de los instrumentos. No sabía tocarlo.  La campanilla de la puerta volvió a sonar, anunciando la entrada de un nuevo cliente interrumpiendo mis cinco minutos de felicidad del día. No me apetecía atenderlo, de hecho, no iba a hacerlo. Esperaría a que se cansase de esperar y se largase.

—Eh. —Una voz masculina con un ápice de diversión sonó a mi izquierda y sentí dos golpecitos en el hombro.  Mi mandíbula se tensó y me mordí el labio para recordarme que era un cliente y debía esperar a que se terminase mi turno para gritarle y darle golpes.

—Estoy ocupada. Espera o lárgate. —continué pasando un paño a las teclas, pero su risa me decía que no iba a irse.

—¿Así es como tratáis aquí a los clientes? —¿Por qué no paraba de reír? Su risa taladraba mis oídos. Tampoco entendía por qué su tono parecía divertido.

¡Siempre me toca a mí atender a la gente que es feliz y se pasa todo el maldito día riendo! Su mano tocó el acorde de do central delante de mis narices.

Alcé la cabeza para mirarlo por primera vez de la manera más menospreciable  con la que he mirado a nadie nunca. Y él estaba sonriendo. Ojos azules, pelo castaño ensortijado, pero lo peor de todo era su enorme sonrisa que parecía que nunca iba a apagarse. Yo voy a encargarme de que se marchite, a pesar de que sea lo último que haga.

—¿Qué quieres?

—¿Dónde está el encargado? No estoy conforme en el modo en que me estás atendiendo. —su sonrisa se ensanchó. Me está vacilando.

—¿Te estoy golpeando?

—No. —agenció a su respuesta el sonido ‘p’, de forma infantil. Este hombre está buscando problemas.

—¿A caso te grito?

—No.

—¿Llegué a insultarte?

—No, —pausó.— pero creo que pronto bailaremos sobre ese extremo.

—En ese caso, te estoy tratando como un rey. Así que cállate y dime qué estás buscando.

—Uh, ya estamos mandoneando. —negó con la cabeza y entrecerró los ojos.

Chaval, me quedé con tu cara, si te pillo fuera de aquí no saldrás bien parado.

—Estoy buscando una guitarra española. —¡por fin! Me arrullé las mangas del uniforme y lo hice seguirme por la tienda entre las distintas distribuciones.— Cuántos tatuajes. —observó mis brazos casi al cien por cien completamente tatuados.— ¿Queda algo de piel en ellos? —Ya estaba riéndose otra vez.— ¿Qué significan?

Cordis GlaciemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora