Capítulo ocho.

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—¿Despierta a estas horas?

Alcé el ceño al ver a Evangeline en pie cuando yo me levanté. Normalmente o llega después de que yo me vaya o ya está dormida cuando me despierto.

—He cogido el turno de mañana en el café de la esquina y reducido el de la taberna solo a los viernes por la noche. 

—Cambias de trabajo como de bragas.

Me alzó el dedo del medio desde el otro lado de la mesa.

—¿Qué harás en todo el día? Hoy tienes libre, ¿no?

—Seguramente dormir la mayor parte de él. O películas. Algo que no implique levantarme del sofá.  —cogí mi taza blanca, la cual citaba en negro “I hate everyone”, cortesía de Evangeline por uno de mis cumpleaños, y la llené de café ya preparado por ella. Tan solo probarlo me hizo abalanzarme sobre la leche.

¿Estaba hecho de azúcar o qué? Sabía tan dulce que resultaba empalagoso.

—Aburrida. —ella canturreó desde el otro lado de la mesa.

—Es mucho mejor que estar atendiendo a personas odiosas con su mediocre sonrisa en la cara todo el santo día. —la señalé mientras volvía a probar el café. Después de media botella de leche y otras tantas cucharadas de café conseguí volverlo amargo. Entonces me senté en frente a ella.

—¿Nunca te han dicho que eres odiosa? —me miró con los ojos entrecerrados.

—Ya estás tú en cargo de amiga para recordármelo a cada hora.

—Ni siquiera sé cómo tragas eso. —apuré todo lo que quedaba en mi taza.

—Yo tampoco entiendo la necesidad que tienes de echarle el paquete entero de azúcar. Pero como siempre, tú y yo discutiendo por todo.  —ambas nos levantamos y dejamos los cubiertos en el fregadero.

—Para eso están las amigas. —sonrió y dio un golpe en mi hombro como despedida al pasar por mi lado. No tardó en salir por la puerta.

—Se huele el amor en esta casa. —mascullé y caminé hasta el salón para zapatearme en el sofá con La noche de las Bestias empezando a reproducirse en el televisor.

Si Evangeline hubiese estado en casa habría dicho “Ver una película de miedo sin un hombre al lado es fracasar como mujer.” 

Pero yo ya he fracasado como mujer normal en todos los sentidos en los que se podría fracasar.

Me pasé la mañana en ese sofá, y después de quedar igual de vacía que cuando empecé mi maratón de películas de terror, buscando sentir el miedo, decidí cambiar de género.

Probé con una de ciencia ficción, que lo único que logró fue que me durmiese.

Cuando quise darme cuenta, el reloj pasaba las seis de la tarde y yo acababa de despertarme de la mejor siesta de mi vida.

En fin, mi día libre desperdiciado al completo.

Me arrastré hasta la ducha, sin tardar más de diez minutos en terminar. Pero antes de salir, como un dejavú bajo el agua, recordé que todavía tenía algo que hacer.

Hoy, a las siete menos cuarto en el Estadio Central.

¿Estaba tan siquiera pensando en la posibilidad de ir a ver a Louis jugar su partido?

El reloj marcaba y media cuando entré en mi habitación, así que si de verdad iba a hacerlo, llegaría tarde.

Un par de vaqueros pitillo y una camiseta más tarde estaba poniendo rumbo al estadio en coche, sabiendo que quien conducía no era yo, sino esa parte de mí que se negaba a desperdiciar el resto del día en casa con películas malas y sin siquiera palomitas con mantequilla. Cambié la pista del CD hasta topar la canción que quería.

Cordis GlaciemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora