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Capítulo 9

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Las personas que gozan de eventos sociales varias veces por mes deberán saber que pensarse demasiado las cosas no sirve de nada, al final jamás saldrán cómo se planearon en un inicio, pero explicármelo era trabajo difícil

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Las personas que gozan de eventos sociales varias veces por mes deberán saber que pensarse demasiado las cosas no sirve de nada, al final jamás saldrán cómo se planearon en un inicio, pero explicármelo era trabajo difícil. Me atrevería a decir que casi imposible.

No solía salir de casa. No había una razón escrita o un dictamen médico que me justificara. En realidad la pasaba en mi cuarto, en esas cuatro paredes que no tenían ninguna novedad y eso era lo que buscaba. Una vida tranquila, sin sobresaltos. Casi casi como si fuera una esponja, el animal, no la que usábamos para lavar platos. Con las descripciones hay que ser específicos.

Estaba soñando demasiado alto cuando creí que Isabel podía fijarse en mí. Los ojos poco expresivos que apenas asomaban emociones, las ojeras ganadas por el cansancio y una repetición inequitativa de la herencia de mi familia no me convertían en una celebridad de cine. Tal vez, el extra, lo cual no era tan malo.

Si tan solo pudiera cambiar para el siguiente sábado lo hubiera hecho sin chistar, aunque tuviera que matar el poco tiempo libre intentando mejorar, pero aquello era imposible. En un panorama así no me quedaban muchas opciones contra el tiempo: faltar y quedarme tirado lamentándome o conformarse a presentarse con el Lucas que estaba disponible. La primera era la más fácil y quizás la que más me gustaba en ese instante, pero la descarté en un segundo, no podía fallar a mi promesa. No lo haría aun cuando eso significara fallarle al conformismo que me había acompañado siempre. Echaría mis inseguridades en una bolsa al menos hasta el próximo domingo.

Me arrojé sobre la cama. Suspiré cansado de luchar contra mí mismo, de tener que soportar mis críticas antes de aguantar las del resto. Era esa introducción lo que me agotaba al punto de mantenerme a raya.

Lo primero sería hallar un buen regalo. ¿Seguiría usándose eso? No lo sabía, pero de igual manera lo llevaría. Ahora la cosa era saber qué escogería y de dónde sacaría la plata para costearlo.

Del salario de Bahía Azul no podía tomar ni un quinto. De ahí comíamos Susana, mamá y yo. ¿Con que cara le decía a mi hermana que un día no desayunaríamos porque me había gastado el dinero en un obsequio? No, no, no. Tenía que pensar en otra cosa. Fijé mis ojos por el resto de la habitación, en el recorrido encontré la pieza faltante. Era eso lo que necesitaba. Una idea poco convencional, pero estaba tan desesperado que me arriesgaría. Ya vería cómo resultaba.

 Ya vería cómo resultaba

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La chica de la bicicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora