Quizás mi mamá no exageraba cuando decía que había perdido un tornillo en los paseos de niño con papá. No le encontraba otra explicación a mi locura. Sentado, esperando en el local de hamburguesas por un turno para hablar con el gerente.
Definitivamente mientras uno se va apasionando va perdiendo el sesos en el trayecto. Me pregunto si quedaría alguno por el camino.
Era domingo por la mañana, Susana estaba a mi lado entretenida en el balanceo de sus pies en los escasos centímetros que el suelo le daba espacio. Pretendía no tardar mucho en ese encargo, después de eso nos iríamos a perder el tiempo a la playa y antes de la tarde a trabajar. Era un plan sencillo, al menos para mí.
—¿Por qué estamos aquí? —me cuestionó por quinta vez, como si la respuestas anteriores no le convencieran del todo.
—Tengo que hablar con alguien —contesté al pasar mis ojos de ella a la puerta de la cocina.
Me habían pedido que esperara un minuto porque tenía que despachar a un par de clientes. No le metería en problemas, sobre todo cuando estaba por pedirle una mano.
—Últimamente te encargan tareas muy raras —escupió Susana. Mantenía esa actitud de querer sacarme la verdad, como si con entrecerrar un poco la mirada y hacer un puchero pudiera convencerme de soltarlo.
—En la preparatoria así son de locos —respondí para que dejara de hablar. Esperaba funcionara esa típica estrategia de mencionar que con los años lo entendería para detener la cadena de interrogantes que una curiosa Susana podía planear en cuestión de minutos. No entendía cómo lograba hablar tanto.
—Entonces ya quiero ir —anunció alegre mientras sus manos daban pequeños aplausos hacia un público imaginario.
Observé alrededor, apenas había tres personas colocadas en mesas al azar que clavaban sus dientes a sus hamburguesas con un hambre voraz que me provocó envidia. Sí, definitivamente nadie tenía interés en la función que estábamos dando.
—No sabes lo que dices. La primaria es mucho mejor. Ahí no tienes que soportar toda clase de profesores, tareas y a tus compañeros que tienen el cerebro del tamaño de una lenteja.
—¿Tú estudiaste la primaria? —me preguntó divertida mientras asomaba una risita que estaba intentando contener.
Sí, búrlate del anciano.
Estuve a punto de responderle con alguna broma sin sentido cuando el sonido de unos pasos llamaron mi atención. Era un hombre de camisa clara, veraniega, pantalones formales y gorra. Cargaba un tiraje de papel en su mano derecha mientras con la otra se abanicaba. Entró por la amplia puerta con una sonrisa que me dio escalofríos, no estaba acostumbrado a recibir tanta amabilidad a la primera.
—Quiero invitarte a la inauguración de Cielo Nocturno a mediados de octubre —soltó de pronto al acercarse a nuestra mesa sobresaltándome. No esperaba llegara tan rápido, pero por la velocidad de sus palabras deduje que tenía prisa—. Está muy cerca de aquí. Anímate a ir, chavo. Todo mundo está invitado, así que si conoces a alguien también te lo llevas.
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La chica de la bicicleta
Teen FictionHISTORIA GANADORA DE LOS WATTYS 2019. La vida de Lucas es un desastre. Después de la muerte de su padre, su existencia se ha dividido en el deseo de entrar a la universidad a pesar de los problemas económicos de su familia, el negocio de sus tíos q...
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