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Capítulo 17

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El mes de septiembre es el más lluvioso en Tecolutla

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El mes de septiembre es el más lluvioso en Tecolutla. Para nadie era una sorpresa que el cielo se dejara caer con fuerza cada vez que le daba por visitarnos. No eran lluvias pasajeras, la mayoría se convertían en aguaceros, abundantes y de larga duración que nos impedían salir de casa.

El cielo es maravilloso, pero siempre hay que tenerle cierto respeto. Porque es mucho más poderoso que uno.

Para nuestra fortuna nosotros vivíamos a vereda del mar, lado opuesto al que colindaba con el Río Tecolutla, por lo que el golpe llegaba con menos impacto. Aunque al ser un pueblo pequeño lo que pasaba en un lado repercutía en el otro. Mamá solía decir que era como una pequeña familia repartida en diferentes habitaciones.

Yo no podía andar tan feliz como Susana que se tomaría varios días de descanso después de ganarse a mamá bajo el argumento de que la tormenta podría adelantarse y hacerla volar por la ventana. No sabía por qué mamá le había dado el sí, siendo una mujer que detestaba los cuentos, pero el hecho era que yo no correría con la misma suerte.

Ese día tenía que exponer el trabajo que había hecho por mi cuenta. No estaba tan orgulloso, estaba consciente que pude haberlo hecho mejor, pero es que entre el trabajo de los lunes y las locuras que últimamente hacía apenas había tenido tiempo.

Aunque esas eran excusas, estaba distrayéndome. Sabía que debía concentrarme en lo que era importante, en mi meta inicial, pero estaba resultado muy complicado. Las líneas que indicaban el camino se estaban borrando con mis propios pasos. De pronto ya no quería conformarme con ocupar la banca esperando tocara mi turno, quería apostar todas mis monedas a la ruleta por la posibilidad de acertar en el número.

El problema era que mientras más apuestas más es lo que tienes para perder.

Me sorprendió toparme con Bernardo y Azucena en la entrada del colegio, agitando un grupo de hojas de máquina entre sus manos con desesperación

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Me sorprendió toparme con Bernardo y Azucena en la entrada del colegio, agitando un grupo de hojas de máquina entre sus manos con desesperación. Levantaron las manos apenas me asomé por la calle. Bonita manera de iniciar el día, se respiraba paz y tranquilidad.

—¡Lucas, al fin apareces! Pensamos que no vendrías —me gritó a la distancia para que dejara de caminar como tortuga y me acercara. Debía ser algo importante para se vieran tan intensos, sobre todo Bernardo que era menos histérico.

La chica de la bicicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora