El techo de palma, que alguna vez sirvió para proteger la estructura, se había venido abajo. El crujir de la nueva alfombra alertó de mi presencia a mi tía que se giró para encontrarse con un torpe Lucas que no era capaz de componer una oración, y conociéndome como lo hacía, como la única persona en el mundo que sentía me entendía a pesar de no compartir un lazo de sangre, dejó de lado las formalidades y me abrazó. Así como ella lo hacía, recordándome que las palabras no eran necesarias cuando lo que tienes que decir es más fuerte que tu voz.
—Hay que darle para adelante. No queda de otra —me dijo cuando nos separamos. Con un intento de sonrisa que luchó por quedarse ahí.
Mi tío asintió al levantarse limpiándose la cara y soltando un largo suspiro que finalizó el drama. Era momento de ponerse a trabajar, de arreglar lo que se podía. Ellos habían vivido sus propias dificultades a lo largo de su vida, pero si algo les admiraba es que no dedicaban muchos párrafos a lamentarse. Antes de caer ya estaban poniéndose de pie.
Tenía que volver a casa pronto, tal como había quedado con mamá, pero los ayudé a recoger los restos de palma que el viento había desprendido como un trozo de papel. Al menos las sillas y las mesas estaban en bueno estado, guardadas en el cuarto trasero, había que secarles al sol, pero estaban intactas.
El sonido del océano, arrastrando y escupiendo la arena que había invadido su territorio, fue lo único que se escuchó mientras guardábamos todo lo que se rescató. El eco de las bromas de Damián, el buen humor de mi tío, los regaños de mi tía, la música de la radio, el sonido de la llave de los platos. Nada. Una botella vaciada, con rastros de lo que antes la componía.
—¡Lucas!
Mi nombre resonó entre los graznidos de una gaviota. Levanté la vista y me encontré a lo lejos con Isabel, con el cabello revuelto y ropa holgada, como si se tratara de una extraña visión que mi cabeza solitaria se inventara. Había momentos en qué me preguntaba si no se trataba de eso, una fantasía, porque no llegaba a comprender cómo podía ser real. Pero lo era, sin antecedentes ni razones. Sonreí al verla acercándose como un tornado en mi dirección.
—Lucas, no sabes lo feliz que estoy de saber que estás bien —mencionó cuando estuvimos frente a frente.
Un montón de mechones le cubrían la cara por culpa de la brisa, pero no le importó. El volver a mirarla eran los primeros rayos de sol que aparecieron tras la tormenta. Escuchar su voz me recordaba que todo terminaría. Para bien y mal.
—Escuché que las cosas estuvieron feas. ¿Cómo está tu familia?
—Estuvimos en un albergue estos días... —le conté mi paso por el sitio, atravesando el desastre. Las cosas materiales tenían arreglo—, pero mi familia está bien. Creo que salimos mejor de lo que esperábamos.
Entonces Isabel me tomó por sorpresa, como lo había hecho desde que me había topado con ella en mi bicicleta, y rodeó mi cuerpo con sus delgados brazos abrazándome con fuerza. Con tanta fuerza como con la que yo vivía, con la que latía mi corazón, corazón que me gustaba pensar embonaba con el suyo.
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La chica de la bicicleta
Teen FictionHISTORIA GANADORA DE LOS WATTYS 2019. La vida de Lucas es un desastre. Después de la muerte de su padre, su existencia se ha dividido en el deseo de entrar a la universidad a pesar de los problemas económicos de su familia, el negocio de sus tíos q...
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