01. Estaré bien.

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———Olivia———

Para mí había pasado poco más de una semana desde que... bueno, desde que salía con Mario. No digo lo de la semana porque se me haya hecho corto (ya que en realidad había pasado un año y casi dos meses), sino porque en mi cabeza, recuerdo tan pocas cosas que juntándolas todas, harían una escasa semana. Claro que lo veía normal, porque sentía que estaba con Mario por estar. Ni siquiera fue decisión mía empezar a salir con él. Algo me empujó como si no hubiera controlado mis palabras en aquel momento. O al menos eso recuerdo.

Unas semanas antes de hacer el año con él, celebré mi cumpleaños, otra de las pocas cosas que me suenan. A todo el que invité me dijo que no había cambiado nada desde el año pasado, que es cómo si no cumpliera años. Me lo tomé como un halago, y no le di más importancia.

Estaba cerca navidad, noche buena, y todo estaba rodando con normalidad sobre esta época. Todo lo normal que podía rodar. La abuela, Bruno y yo pusimos el árbol de navidad, y pasamos un buen rato en familia. Es otro de los pocos momentos que recuerdo.

La abuela empeoró en salud y la cuidaba lo mejor que podía. Lo mejor que esos pensamientos me dejaban. Me refiero, a unos pensamientos que no sé a día de hoy de dónde vienen. Y que era incontrolable su aparición. En cualquier momento del día, unos ojos azules como el hielo puro se me pasaban por la cabeza, y me dejaban pensando un rato en ellos.

Esos ojos azules me resultaban muy familiares. A veces tenían rasgos divertidos y otras veces me resultaban de lo más atractivos. No me inquietaban. Incluso podría decir que sentía cierto aprecio hacia ellos. Pero eran como un sueño no lúcido, en el que sólo recuerdas ráfagas de escenas al levantarte.

———Jack Frost———

Hacía un año y unas cuantas semanas desde que no la veía. No sabía nada de ella ni de su mundo, ya que me obligué a alejarme, por el bien de todos. Pero no ha habido un día que no hubiera pensado en ella. Aquello me dejó marcado y todos lo notaron. Me volvió más callado, más frío, más reservado. Hasta yo lo notaba; no hacía bromas, no incordiaba tanto, ni si quiera hablaba tanto. Sólo me dedicaba a estar ahí, como los demás, sin hacer gran cosa. Como un alma en pena, un fantasma que es tan curioso que por no llamar la atención ni se mueve.

Incluso Conejo me pedía que volviese el otro Jack, el que siempre le molestaba y le congelaba las orejas en momentos más inadecuados. Pero no podía, toda mi energía se había... esfumado. Y no me gustaba. Quería volver a ser un niño, quería poder divertirme con la más mínima cosa y sobre todo quería tener de nuevo mi centro claro y presente, pero no sabía cómo.

Hasta que un día, surgió un pequeño percance, que lo alteró todo.

Se estaba acercando la navidad, y todo en el taller estaba en marcha. Los duendes, los yetis, Santa, estaban envolviendo y fabricando regalos como locos, sin descanso. Yo me paseaba por allí, como siempre, aunque sin escarchar nada, aún siendo uno de mis pasatiempos favoritos. Pasaba al lado de la puerta del despacho de Santa, cuando escuché hablar dentro.

Ni siquiera me hubiera parado, pero oí su nombre.

—Pero seguramente Olivia esté allí— decía Tooth. Me paré en seco. El corazón me dio un vuelco y sentí como los ojos me brillaron. Tragué saliva y me acerqué a la puerta.

—Y ya sabemos el problemita de nuestro colega escarchado— respondía Conejo.

—Amelia ha insistido en que vayamos todos —dijo Santa. ¿De que iba todo aquello?

No podría olvidarme de ti, Jack Frost. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora