11. Una carta.

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———Olivia———

Habían avanzado los días. Yo había vuelto a casa con la abuela y con Bruno. Y mis padres, también regresaron. Habían traído regalos de navidad para Bruno, para la abuela y para mí, claro que aquella navidad Santa dejó algún que otro regalo especial para Bruno: una caja de lápices mágicos que nunca se acabarían. Y un regalo especial para mí. Una carta que agradecí profundamente:

Querida Olivia:
Sé que tenías muchas preocupaciones respecto a quedarte para siempre junto tu familia o ser de nuevo una guardiana por aquello que dijo la luna hace un tiempo. Bien. Me llena de alivio aclararte que no vas a tener que elegir. Podrás tener ambas opciones. Resulta que los poderes de Flame los has recuperado permanentemente. Ahora tienes ese poder entre tus manos, y estoy seguro de que vas a saber emplearlo. Ya que tienes los poderes de Flame y sigues siendo carnal, puedes interactuar con los dos mundos simultáneamente, por lo que no tendrás que olvidarte de tu familia, ni olvidarte de nosotros.

Feliz navidad, Olivia. Con cariño, tu fiel amigo Santa.

Había hablado con Mario sobre lo ocurrido, y al parecer me quité de en medio el problema de "romper" con él, ya que al mencionarle lo que había ocurrido me respondió que no se acordaba de nada. Que lo único que tenía en mente era haber tenido un sueño de lo más extraño. No recordaba que hubiéramos estado saliendo. Así que volví hacia mi casa satisfecha. Agradecí más que nunca la existencia de Sandy y de sus bolas mágicas de arena.

Era la noche de año nuevo. En la calle nevaba con una fuerza que hacía mucho tiempo que no veía. En mi salón la chimenea estaba encendida alegre y enérgica. Mi abuela y Bruno reían jugando con un hadita de Tooth que no había coincidido aún con mis padres. Ellos estaban en la cocina, llevando y trayendo platos. Estábamos preparando la cena de año nuevo y en pocos minutos cenaríamos.

Me escaqueé a mi cuarto momentáneamente, donde había quedado en ver a Jack justo antes de cenar.

Abrí la puerta encontrándome al guardián sentado en la cama mirando unas velas de mi mesita de noche. Me acerqué a él acariciando su espalda. Él se giró a mirarme con una sonrisa. Se levantó, rodeó mi cintura y empezó a darme pequeños besos por toda la cara. Reconocía que a parte de divertido, era cariñoso. Y no me quejaba.

—Jack...— dije entre leves carcajadas. Notaba su sonrisa junto su energía inquieta.

Empecé a avanzar hacia el pasillo con Jack, sonriendo como un niño, siguiéndome.

—¿Te vas a quedar en la cena? —le pregunté.

—Supongo, de todas formas tus padres no me verán —rió afligido. Agarré su cara y planté un tierno beso sobre sus labios—. Podré hacerte reír desde la otra punta del salón —bromeó. Aunque sabía que iba a hacerlo de verdad.

—¡Bianca, dile a Olivia que baje, ya está la cena! —le gritó mi padre a mi madre.

—¡Ya bajo! —respondí acercándome a las escaleras. Justo entonces mi madre se posicionó en el otro extremo, convencida de subir. Hasta que me vio.

Su cara era de confusión. Bajé algunos escalones más y me fijé en sus ojos. No me miraban a mí, sino a Jack.

—Olivia... ¿Quién es ese chico? —me preguntó con una sonrisa que ocultaba intenciones de madre.

Miré a Jack, paralizado por la impresión con la mirada clavada en mi madre.

"Estamos jodidos si mamá ve espíritus ..."

—¿Le ves? —pregunté en un susurro.

—Claro que le veo, ¿qué mosca te ha picado? —miré a Jack, que me devolvió la mirada, claramente sorprendido.

—¡Jack! —gritó Bruno desde detrás de mamá.

—¿Le conoces? —preguntó mi madre acariciando la cabeza de mi hermanito emocionado.

—Claro, es Jack Frost, ¡el guardián del invierno! —mi madre rió por las invenciones de Bruno.

—Está bien, que se quede a cenar —dijo entre carcajadas yendo a la cocina a ayudar a mi padre.

Sin decir nada volví a mirar a Jack.

—¿Cómo no me habías dicho que tu madre me veía? —preguntó con una sonrisa. Era la primera adulta que le veía después de mi abuela.

—Es que no lo sabía. De hecho, no lo sabía ni ella. No sabe que eres un espíritu —continué bajando las escaleras—. Esperemos que mi padre también te vea, si no la hemos liado, guardián.

Cuando llegamos al salón la abuela miró impactada a Jack. ¿Cómo era posible que mi madre le hubiera visto? Poco después llegó mi padre, ofreciéndole una mano a Jack a modo de saludo. El guardián correspondió, mirando con ilusión cómo no le atravesaba.

—Bienvenido a la familia, colega —le dijo agradable.

Mis padres nunca me he dicho nada a favor o en contra sobre la fantasía o los espíritus. Ahora también me preguntaba si ellos creían o si verían al resto de guardianes.

La cena pasó con normalidad ya que la abuela y Bruno hacían lo posible por ocupar cada segundo.

Una vez acabada la cena subí con Jack a la terraza del cuarto de mis padres. una vez fuera, con todo nevado, recordé sentimientos vividos anteriormente. Cuando subí con los guardianes y con "Melanie" a descubrir el misterio de las estrellas y cuando Jack me besó por primera vez.

Habían cambiado tantas cosas que sentí que había pasado una eternidad. Miré a Jack, observando al rededor como si fuera la primera vez. Sonreí tierna y me acerqué a él. Una vez que había captado su atención le dejé en las manos el papel del mensaje de Santa. Este, extrañado comenzó a leerlo. sabría que le alegraría conocer la respuesta de santa.

poco a poco, sus ojos se fueron agrandando, y su sonrisa dejándose mostrar.

—Esto...¿esto es verdad?— preguntó. Yo asentí— ¡Es genial! podrás estar con nosotros siempre y...no te tendrás que separar. Nos veremos todos los días y y—

Le di un beso, calmándolo. me pareció adorable su entusiasmo.

De nuevo vi la magia en él; pelo blanco, pecas dibujadas, ojos intensos como el hielo más puro y una sonrisa juguetona. A nuestro alrededor estaba todo nevado. Y una luna llena nos alumbraba más plena que nunca. La miramos ambos.

Recordé nuestros orígenes.

Jack volvió a mirarme aunque esta vez con un ápice de preocupación.

—Crees...¿crees que podrías volver a olvidarte de mí?—preguntó algo tímido. Solté una risa irónica mientras ponía los brazos sobre sus hombros.

—¿Olvidarte?—dije sonriendo—. No podría olvidarme de ti, Jack Frost—dije sonriendo mientras pegaba nuestras narices.

Él sonrió. Fuegos artificiales empezaron a surgir y a verse en todas direcciones, en la lejanía. Ya eran las doce, cambiábamos de año. Jack me besó. Y fue el beso más tierno y puro que había recibido nunca. Lo agradecí infinitamente.

Mientras nuestros labios se rozaban, sentí el contraste de temperatura.

Y justo en ese entonces, pude estar segura que era parte de él, como él de mi, y que ahora que estábamos juntos desde -literalmente- siglos, éramos completamente nosotros.

Y supe, que nuestra conexión no terminaría ni en esta, ni en ninguna de nuestras siguientes vidas.

No podría olvidarme de ti, Jack Frost. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora