Capítulo 4: La noche que la Tierra necesitó un nuevo salvador

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Tan pronto salí y cerré la puerta cuidadosamente troté casi corriendo en circulo a la derecha para salir al patio trasero solo para toparme con otra puerta que me daría la verdadera salida. Para mi sorpresa se abrió fácil. Pero tenía sentido, vivíamos casi en la nada, no necesitábamos de tantos candados y seguros en cada una de las puertas, para necesitar una mayor protección que para entonces no era necesaria. Empecé a caminar en la oscura y fría noche, el corazón me latía cada vez más rápido y comenzaba esa horrible cosquilla en el pliegue de piel que se te hace entre el pulgar y el dedo índice. Después de caminar unos treinta segundos volteé un instante hacia mi casa y vislumbre como cada vez se hacía más pequeña, el sudor de mis manos corría por las llaves de mi casa, las apretaba con gran fuerza, me di cuenta y las guarde en mi bolsillo, giré mi cabeza de nuevo hacia adelante, empezaba a angustiarme. Ya no podía ver de dónde venía el humo. De repente se hacía menos nítido y tenía que entre cerrar los ojos para poder verlo con un poco más de claridad. Todo mientras seguía caminando. 
Muy difícil ver un gris oscuro en un negro. Me topé con una colina no tan alta, tal vez unos 2 o tres metros, pero lo suficientemente elevada para ya no poder ver mi casa si volteaba hacia ella. Sentí que estaba ya en un sueño, no podía creer lo que estaba haciendo, ya me ardían los labios de tanto que me los había chupado. Era horrible, empezaba arrepentirme de mi travesía. Ya me temblaba la mandíbula. Desgracia, se avecinaba no otra colina, sino una meseta, de mayor tamaño tanto de altura como de ancho. Es decir podía subirla, pero iba a ser cansado. 
Me pregunto de nuevo ¿en qué carajo estaba pensando? Empezaba alejarme cada vez más de la sociedad, iba a la mitad de la meseta y ya podía ver nuevamente mi casa, del tamaño de una manzana, por cierto, y también podía ver la carretera, esa que nos lleva a la ciudad, estaba oscuro, pero aun así se apreciaba muy bello el paisaje que veía, me sentía afortunado de tener a mi alcance las maravillas de la tierra, de que a pesar del boom de la tecnología y lo de modernidad y las grandes catástrofes que había ocasionado y seguiría ocasionando, yo todavía gozaba de las partes hermosas que la tierra creo originalmente desde hace millones de años. Sonaré exagerado, pero para el mundo en el que vivíamos, en pleno segundo cuarto de siglo XXI, me sentía hasta atrasado, que no tenía nada de malo. Cuantas veces no se dijo en libros y películas que habrían autos voladores mucho antes del año en el que estamos, pero nada, ni carros voladores, ni clonaciones de personas, ni tele-transportaciones, ni nada de eso. Qué fracaso. Qué habladores. Qué pena por la humanidad.
Estos pensamientos pasaron por mi cabeza en solo cuestión de segundos. Después de perderme un rato en la inmensidad de mi mundo, escuché que algo tronó y rápidamente moví mi pie, creí que se estaba venciendo un pedazo de roca que emergía del cuerpo de la meseta. Giré de nuevo para seguir subiendo la misma. En ese instante mi cabeza, mi sangre, mis órganos y todo se paralizó. Escuché como tronaba otra cosa pero está vez mucho más cerca, y fuerte, como si a mis espaldas le hubieran tronado un hueso a un animal.
Se me fue el aliento, y no supe qué hacer, si bajarme o subir, estaba a medio camino, estaba tan ido y tenso que no sé si llegué a orinarme, no sentía nada más que mis ojos y mis pies apoyándose en la inclinación de la meseta. Subí rápido, como un loco, casi queriendo llorar, se escuchaban más y más huesos rotos, cuando llegué a la parte superior corrí hacia el centro, miré hacia todos lados, mi corazón latía muy rápido. Pensé que al subir, el campo sería menor y así sería más fácil distinguir quién o qué hacia el ruido y se acercaría atacarme, pero se dejó de escuchar el sonido, ya no se escuchaba nada, apretaba los dientes tanto como podía. Abría bien los ojos hacia mi al rededor a ver qué encontraba. Pero nada. 
De pronto sentí como se hacía flojo el piso y gelatinoso como si fuera lodo verde. Esto ya pintaba para pesadilla, no podía ser real, pero sí, era muy real, apenas dí un par de pasos para alejarme de lo que hacía que mis pies se hundieran, pero era muy difícil, me sumergió cada vez más hasta que me atrapó por completo y caí. Hubiera gritado, pero de nada serviría, nadie iba a escuchar. En fin, había caído, y al parecer, dentro de la meseta, de pronto se escucharon risas, muy agudos y horribles, como de hienas, pero más agudas, se encendieron unas flamas a mi al rededor.
A un lado de cada flama, habían... seres, no podía distinguir su sexo, todos rodeándome, todos estaban calvos, tenían tatuajes muy raros en su cara, algunos tenían más tatuajes en su torso, estaban parados, tal vez desnudos, la llama solo me permitía ver de sus cinturas hacia arriba, en verdad era perturbante,  en la frente todos tenían el mismo tatuaje, un circulo negro dentro de otro circulo más grande. Sus ojos negros, todos mirándome, todos moviendo su cabeza de izquierda a derecha, como desnudándome con la mirada. Estaba hecho, me golpearían o me matarían. Lo peor de todo es que se seguían escuchando las risas, un poco más bajo, pero ninguno de los seres que estaban alrededor de mí abrían la boca. Uno de los seres me habló, era un hombre, por el tono de su voz, y se ubicaba atrás de mí.

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