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Lautaro se despertó gracias a la alarma programada que tenía metida en la cabeza. Miró al techo recordando lo que había pasado la noche anterior y lo raro que había sido.

Le daba vergüenza pensar que iba a ir al comedor y se iba a encontrar con Valentín sentado en la mesa, viéndolo con esos intimidantes ojos celestes que la noche anterior lo había estado mirando mientras lo masturbaba.

Por suerte, cuando llegó a donde tenía que desayunar, Valentín no se encontraba ahí. Agradeció desde sus adentros.

— Hola mami.— saludó con alegría a su madre aprovechando de que su papá no se encontraba en la casa en ese momento.

— Hola amor.— sonrió la mujer dejándole el desayuno en la mesa.— ¿Dormiste bien anoche, hijo?

No solo había dormido bien, sino que había recibido un lindo regalo por parte de su primo. Pero no pensaba contarle eso a su mamá.

— Si.— sonrió.— ¿Y Valen?— dijo dándole un trago a su vaso de leche. Aunque en el momento de tomarla recordó cuando había acabado en las manos de Valentín la noche anterior, prefiriendo dejar el vaso de vidrio alejado de él.

— No sé, creo que se estaba bañando.— respondió tomando su té de todas las mañanas.

Dicho esto Oliva entró al comedor con una sonrisa saludando a Lautaro y a su madre.

— Valen ¿Querés desayunar algo?

— Si, por favor.— respondió con esa hermosa sonrisa que no borraba de su rostro.

Cuando la mujer salió de la habitación, el de ojos claros supo que era hora de hablar de lo de anoche.

— ¿Cómo estás, Lauti? ¿Qué hiciste ayer? Hacías mucho ruido.— preguntó haciéndose el inocente.

— No te hagas el boludo.— soltó.— No sé porque hiciste eso.

— Eso no importa, la cosa es que te gustó, y mucho. O eso parecía.


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