Capítulo 2

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(Domenico Chiesa en multimedia)

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Narrador omnisciente:

A Laura le costó mucho conciliar el sueño. La siesta de la tarde tenía en parte la culpa, pero el beso de Domenico era el mayor responsable de su falta de sueño. Frunció el ceño en la oscuridad. Si ése era el efecto que le estaba causando Venecia, se alegraba de que su estancia no fuera larga.

Después de pasar toda la noche dando vueltas, Laura se despertó tarde a la mañana siguiente y se dio una ducha a toda prisa; se puso un poco de crema hidratante y un poco de carmín, trenzó su cabello y se puso una camiseta verde menta y unos pantalones blancos de algodón, y bajo corriendo a recepción. Domenico estaba esperándola, vestido con vaqueros y una camisa del mismo azul intenso de sus ojos, charlando con la señora Rossi.

Buon giorno, Laura —le dijo sonriendo, y le robó el poco aliento que le quedaba al darle un beso en cada mejilla—. ¿Has dormido bien?

—Como un bebé —mintió ella.

—Entonces, pongámonos en camino.

Mientras desayunaban sentados en un café, Laura le contó a Domenico lo que tenía planeado.

—He estado leyendo cosas en la guía relacionadas con las compras, de modo que he confeccionado una lista. Lo que más me interesa es encontrar unas zapatillas de terciopelo de ésas que usa aquí la gente en los carnavales para mi madre.

— ¿Y para tu padre?

Ella bajó la mirada.

—Mi padre murió.

¡Mi dispiace! —dijo Domenico rápidamente, y le colocó la mano sobre la suya.

—No lo sabías. Y bien —añadió bruscamente —, ¿por dónde empezamos?

Ir de compras con Domenico Chiesa fue una experiencia muy agradable. La llevó a sitios que ella no había podido encontrar sola, y pareció disfrutar de todo tanto como ella. Encontró una máscara de carnaval de oro, ayudó a Laura a escoger varios pares de pendientes de cristal veneciano que no salieran demasiado caros y varias camisetas en vivos colores con el logotipo de Venecia. Finalmente la llevó a los puestos que había instalados al pie del Ponte delle Guglie, en la Strada Nuova, para comprar unas zapatillas de terciopelo rojo para su madre.

—Y ahora —dijo Domenico con resolución, justo cuando Laura ya no podía más —, debemos comer.

Ella le echó una mirada suplicante.

—Domenico, por favor, deja que invite yo a la comida.

Él le sonrió y negó con la cabeza.

—Ya está todo planeado. Y como estás muy cansada, tomaremos un taxi.

El trayecto en la esbelta motora era una experiencia tan distinta a la del viaje en el vaporetto, que a Laura se le hizo corto.

—Gracias, me he divertido mucho —le dijo mientras Domenico la ayudaba a salir de la motora—. Pero sé también que ha sido caro. Espero que vayamos a comer a un sitio más barato que Harry's Bar.

—Te aseguro que sí. Con tu permiso, te invitaré a comer en mi escondite privado.

El escondite de Domenico era un apartamento en un palazzo remozado, con vistas al Gran Canal y a la iglesia de Santa María de la salud. Cuando él la invitó a pasar al salón de altos ventanales y paredes color melocotón, Laura experimentó una punzada de envidia mientras admiraba los suelos de madera pulida y los sofás de fundas claras, los estantes con libros y los espejos que había por todas partes.

Pasión en VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora