Capítulo 10

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(En multimedia, el apartamento de Laura)

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Narrador omnisciente:

Después de un desayuno fabuloso, Laura le hizo una proposición que le dejó sorprendido.

—Ese hotel debe de estar costándote un ojo de la cara -le dijo mientras rellenaba las tazas de café—. ¿Qué te parece si pasamos el resto del fin de semana en mi casa? Piensa en lo mucho que te ahorrarías.

Domenico arqueó las cejas.

— ¿Tú lo prefieres?

—Sí. ¿Y tú?

Él se encogió de hombros, sonriendo.

—Estar contigo es cuanto deseo. ¿Quieres que nos marchemos ahora?

—Sí, porque tenemos que ir a hacer la compra. No tienes por qué venir conmigo a hacerla, si no quieres.

—Sabes que me encanta hacer la compra contigo, tesoro.

Cuando un rato después un taxi los dejaba a la puerta del edificio donde vivía Laura, Domenico metió las maletas en el ascensor y en cuanto se cerraron las puertas la besó como si llevaran meses separados.

—Llevo una hora sin besarte —le dijo cuando llegaron a la puerta.

—Tenemos que ir a por comida... —le recordó Laura sin aliento, y Domenico frunció el ceño.

—Entonces no deberíamos haber despedido al taxista. Estoy vez no tengo el coche.

—Vamos andando -le informó ella, y sonrió al ver su mirada de consternación—. Un par de bolsas no es nada con esos músculos de esquiador que tienes.

—Haré lo que tú quieras —le aseguró él—. Pero primero quiero sacar mi ropa.

Le resultó muy íntimo hacer sitio entre su ropa para que Domenico colocara la suya. Cuando había colgado sus trajes en el armario y el resto de su ropa estaba doblada en los cajones, Laura se dio la vuelta, y cuando vio la mirada de Domenico le tendió los brazos y ella lo abrazó; pero pasado un momento él suspiró largamente, le dio un beso en la frente y la apartó con suavidad.

—Ahora vamos a por la comida, ¿no?

—Sí.

Cuando iban empujando el carrito hacia la salida del supermercado, Laura le preguntó a Domenico cómo iban a llevarlo todo hasta su casa.

— ¡Muy sencillo! —sonrió con gesto triunfal, sacó el teléfono y llamó a una de las empresas de taxi que había listadas a la puerta—. Allora, esperamos un poco —añadió mientras salía—. Y mientras tanto, podemos planear el menú para la cena. ¿O prefieres que cenemos fuera?

Pero Laura no tenía intención de permitir que Domenico se gastara más dinero ese día.

—Si te conformas con algo sencillo, prefiero cenar en casa.

Bene, yo también. Pero voy a cocinar yo. Sólo una sencilla salsa de tomate para la pasta, unos cuantos tacos de panceta bien frita, un poco de Parmesano y tenemos una fiesta.

—Me preguntaba por qué habías comprado tantos tomates —Laura le lanzó una sonrisa radiante.

— ¿Por qué me sonríes tanto? -le preguntó.

—Porque me encanta estar aquí contigo así, haciendo cosas corrientes. Hacer la compra me resulta lago muy pesado. Contigo he disfrutado haciéndola.

Pasión en VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora