Capítulo 12

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(En multimedia, el Palacio Forli)

Que conste que el Palacio Forli como tal no existe, este es un hotel cualquier de cinco estrellas al que le he quitado el nombre de la fachada y he puesto el nombre del hotel de Domenico.

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Narrador omnisciente:

A Laura se le aceleró el corazón cuando vio a un hombre tirado en el sofá de su casa, y se acercó sigilosamente para mirarlo mejor. Estaba con las piernas separadas, la cabeza caída hacia atrás y totalmente inmóvil, y en el suelo, debajo de una de las manos, había una pluma y una agenda de piel.

Tenía la cara mucho más delgada, notaba con angustia mientras esperaba que él abriera los ojos en cualquier momento. Pero Gian Domenico Chiesa parecía como muerto. ¿Muerto? Tremendamente inquieta, Laura le puso el dedo en la muñeca, pero gracias a Dios el pulso latía normalmente. De modo que se apartó de él, mientras se preguntaba cuánto tiempo llevaría allí; y sobre todo, por qué estaba allí cuando había jurado que jamás regresaría. Lo que estaba claro era que había conservado la llave de su apartamento.

En realidad, debería haber cambiado la cerradura; pero el hecho de no haberla cambiado demostraba que en el fondo esperaba que Domenico volviera algún día. Y allí estaba. Lo normal sería despertarlo y pedirle explicaciones, pero parecía tan cansado allí tirado que no tuvo el valor para hacerlo. De pronto se retiró cuando él empezó a moverme y a hablar en sueños palabras incomprensibles. Laura se acercó otra vez y le agarró del brazo con suavidad, temiendo que se cayera al suelo de tanto movimiento. Entonces él se movió asustado y abrió los ojos como platos. Al verlo, a Laura le dio un vuelco el corazón.

— ¿Laura? —dijo mientras se ponía de pie tambaleándose—. ¡Mi scusi! —Se disculpó con voz ronca—. No pensé en quedarme dormido.

— ¿Cuánto rato llevas aquí? —le preguntó ella con frialdad.

—No estoy seguro —miró el reloj y maldijo entre dientes, ruborizándose de pronto—. Dio, es más de medianoche. No tenía intención de... Te ruego que me perdones. Como no estabas, pensé nada más en dejarte la llave. Pero debí de quedarme dormido.

—Entiendo —dijo ella distante—. Normalmente paso los fines de semana con mi madre en Stavely, pero ella está fuera.

Él asintió.

—Lo sé.

— ¿De verdad? ¿Cómo? —dijo Laura sorprendida.

  —Te lo explicaré —respondió él, frotándose los ojos—. Pero primero debo disculparme por haber entrado así.

—Desde luego me he quedado helada cuando te he encontrado en el sofá —concedió con frialdad—. Sobre todo desde que me juraste que no volverías jamás.

—Quería verte —Tragó saliva—. Sé que es mucho pedir, ¿pero me dejarías preparar un café?

—Lo preparo yo —dijo Laura con rotundidad, y hasta que no lo preparó ninguno de los dos abrió la boca.

Grazie —dijo él cuando ella le pasó una taza de café.

Domenico dio un sorbo con ganas, como si le hiciera falta la cafeína y entonces la miró bien, como si acabara de verla.

— ¡Te has cortado el pelo!

—Me apetecía cambiar. También me he comprado un coche de ocasión.

—Te veo cambiada, Laura.

—Lo mismo digo.

—Pero yo parezco mucho mayor, mientras que tú pareces más joven.

Pasión en VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora