Epílogo

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Solo quiero deciros: Muchas gracias. Gracias por haberme acompañado en esta hermosa historia que tanto quería compartir con vosotros, espero que al igual que yo, os hayáis enamorado o al menos encariñado con los personajes.

En fin, sin más dilación, os dejo con el epílogo.

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Narrador omnisciente:

Una luminosa tarde de diciembre, dos meses después, Laura agarraba la mano de Domenico mientras echaba un vistazo desde la ventanilla del avión a los canales iluminados por el sol y los brillantes edificios de Venecia.

— ¿Estás nerviosa por el aterrizaje, carissima?

—No, sólo emocionada —le sonrió—. Y feliz, Domenico. Ayer fue un día tan maravilloso. Tus padres fueron muy amables. Parece que les he gustado.

— ¿Y cómo no? Siempre han querido tener una hija. Tu madre y tu hermana también les han encantado. Isabel les ha prometido llevarles a dar una vuelta por el campo en Stavely durante su estancia.

—Qué amables han sido de ofrecernos su casa de Umbría para la luna de miel.

—Espero que no te resulte frío el clima en esta época del año.

— ¿A una británica como yo?

Domenico sonrió.

—Si tienes frío, siempre puedo pensar en algún modo de calentarte. No te olvides del chal, lo necesitarás.

Cuando salieron del avión, el capitán y las ayudantes de vuelo le entregaron un ramo de rosas a Laura.

— ¡Qué detalle! —le dijo a Domenico al entrar en la terminal.

—Les conté el secreto cuando reservé el vuelo —sonrió con suficiencia.

Laura se río de él, tan feliz que le habría gustado cristalizar cada segundo de ese día y atesorarlo para siempre. Al entrar en el aeropuerto, uno de los empleados de Domenico se apresuró hacia ellos sonriente y los saludó en italiano.

¡Basta! Mi esposa aún no habla nuestro idioma, Carlo. Habla inglés, por favor.

Mi scusi, señora Chiesa —le dijo él haciéndole una reverencia—. Por favor, acepte mis mejores deseos.

—Gracias —dijo ella con calor—. Creo que nos conocemos de antes.

—Es Carlo Mancini, uno de mis recepcionistas en el Palacio Forli —dijo Domenico—. Pero hoy se va a quedar a esperar nuestro equipaje y nos lo llevará al apartamento. ¿Está todo preparado, Carlo?

El joven asintió sonriente y señaló el muelle.

—Está esperando, signore.

Laura abrió los ojos como platos cuando Domenico se abrió paso entre los grupos de gente hasta el muelle, pero no para montar en un barco taxi, como habría esperado, sino en una góndola cubierta de flores.

—Así que por eso teníamos que tomar un vuelo a primera hora —le dijo al oído mientras el gondolero hundía el remo en el agua.

Domenico le sonrió con una claridad triunfal en sus luminosos ojos azules.

Domenico le sonrió con una claridad triunfal en sus luminosos ojos azules

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