Capítulo 7

1.7K 119 20
                                    

(En multimedia, Isabel, Abby y Fenella)

🛶🛶🛶🛶🛶🛶🛶🛶🛶🛶🛶

Narrador omnisciente:

Los celos la golpearon con la fuerza de un tifón. Pasó la noche maldiciendo el día en que había conocido a Domenico, y la mañana siguiente comprobó los euros para enviárselos. Pero eso no era suficiente. Quería sentir la satisfacción de dárselos en persona; bien si iba a la boda solo o con la nueva.

Laura hizo lo posible para olvidarse de Venecia, y de Domenico. Durante el día no le costaba tanto porque su trabajo en el banco de inversiones requería de toda su atención. Por las tardes quedaba con los colegas del banco a tomar algo después del trabajo, o se iba a nadar o al gimnasio que tenía en su edificio. El mayor problema eran las horribles noches en vela. Laura daba vueltas y más vueltas hasta altas horas de la madrugada. Si el insomnio era parte del enamoramiento, se alegraba de no haberse enamorado antes. Aunque sabía que Domenico nunca había sido suyo; seguramente él seguía la misma rutina para encandilar a todas las mujeres para llevárselas a la cama.

Cuando Abby llamó por teléfono para despedirse antes de irse a Francia, Isabel se puso al teléfono para anunciar que había reservado el hotel para pasar dos semanas en el Distrito de los Lagos con su colega y amiga Janet Fenton.

—Es un hotel pintoresco, donde se come bien, y rodeado de naturaleza para poder dar largos paseos y quemar todo lo que comamos —dijo Isabel—. Por cierto, Fen me ha dicho que tu Domenico va a venir a la boda.

—No es mío, mamá.

— ¿Aún no te ha llamado?

—No. Tened cuidado Janet y tú en los lagos. Evitad las aventuras de verano.

— ¡No caerá esa breva!

El sueño venció a Laura cuando menos le convenía, y el jueves por la mañana no oyó el despertador y se levantó tarde. Saltó de la cama como una bala, se puso la ropa, y salió corriendo de casa sin desayunar, con tan mala fortuna que de camino a la estación se tropezó con un adoquín suelto y cayó de bruces contra el suelo pegándose un golpe tremendo. Pasado unos momentos consiguió incorporarse. Temblorosa y avergonzada, no se movió durante unos minutos, mientras comprobaba que no se había roto los dientes. Cuando la cabeza dejó de darle vueltas un poco, trató de ponerse en pie para recoger el contenido de su bolso que se había desperdigado alrededor, y estuvo a punto de caerse de nuevo del dolor que le dio en el tobillo. Aspirando con dificultad, apoyó el peso del cuerpo en el pie bueno y buscó el paquete de pañuelos de papel para limpiarse la sangre que le corría por la cara.

— ¿Oiga, se encuentra bien? —le dijo una voz.

Laura volvió la cabeza con cuidado y vio a un hombre joven trajeado mirándola con curiosidad.

—La he visto caer; un golpe horrible. ¿Puedo ayudarla?

—Es muy amable por su parte. Si ve mi móvil por algún sitio podré llamar a un taxi que me lleve al hospital —le dijo Laura con voz temblorosa.

Su buen samaritano dio con su teléfono en una alcantarilla, pero desgraciadamente se había roto. Así que llamó a un taxi desde el suyo, y después se lo prestó para que Laura pudiera ponerse en contacto con su trabajo. Para sorpresa de Laura, se quedó con ella hasta que llegó el taxi. Laura le dio las gracias profundamente mientras él la ayudaba a meterse en el taxi, agradecida por su ayuda.

La sal de urgencias estaba llena. Así que cuando por fin la atendieron, Laura tenía un dolor de cabeza horrible, el tobillo hinchado y apenas veía nada con hinchado que tenía el ojo izquierdo. Pero afortunadamente la radiografía no mostraba ninguna fractura. La cara y la cabeza estaban intactas, y no se había roto el tobillo, ni tampoco se había hecho un esguince; tan solo se lo había torcido. Así que se lo vendaron, le dieron unos analgésicos y la mandaron para casa.

Pasión en VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora