Se abren tatos caímos ante mi. Y tu mano yo no encuentro para asirme. Las paredes se me cierran, ya no hay escapatoria. No me dejes, no me borres de tu historia...
Alice entró sola a la casa de los Grandchester por tercera vez sintiendo, como cada vez que venía aquí, el corazón latir justo en su garganta. La primera vez, había espantado todos sus pensamientos acerca de lo mal que estaba esto, acerca de lo sacrílego, de lo vil que era entrar a la casa de una familia que una vez fue feliz, y de la que sólo quedaban restos, para hurtar algo.
Se sentía casi como una profanadora de tumbas sagradas.
Miró el vestíbulo y tuvo la misma sensación de la primera vez que estuvo aquí con Robert. De verdad, todavía se podía sentir la alegría que se había vivido en esta casa.
—Ellynor —dijo en un susurro—, tú eres madre, tú me entiendes, ¿no es así? ¿Habrías hecho lo mismo que yo? O... ¿me juzgas?
—No pudo evitar que los ojos se le humedecieran, y otra vez espantó esos pensamientos subiendo al piso de arriba, donde estaban las habitaciones.
Descartó la alcoba principal, pues ya había buscado allí, y luego de elevar otra oración pidiendo perdón por invadir la privacidad, empezó a buscar en la que había sido la oficina de Richard GrandChester, que estaba llena de trofeos, placas y medallas. No podía estar aquí mucho tiempo. No podía descuidar demasiado la oficina. Robert regresaría mañana, así que debía ser rápida. Pero no podía dejar nada fuera de lugar, así que cada cosa que abría, tenía que dejarla tal como la había encontrado. Luego de dos horas buscando, se dio por vencida. Por hoy. Su hora de almuerzo se había acabado y debía volver. Y ahora que Robert volviera se haría mucho más complicado seguir buscando, pensó. Cuando iba a abrir la puerta para salir se detuvo y miró hacia la chimenea, el sitio donde ella y Robert habían estado juntos por primera vez. Con un nudo en la garganta, fue hasta allí mirando el sofá, y casi podía verse a sí misma desnuda junto a él. Se pasó las manos por la piel de los brazos sintiendo escalofríos, como cada vez que recordaba sus momentos con él. Y al elevar su vista, vio el armario de donde Robert había sacado aquellas carpetas que aún contenían sus trabajos escolares. Hasta ahora, ella se había concentrado en buscar entre las pertenencias de los mayores, pero al ponerse en lugar de Ellynor, este era un sitio muy probable para encontrar ese documento. Caminó hacia el armario y sacó las carpetas llenas de trabajos escolares. A pesar de que ya se había acabado el tiempo que podía estar aquí, su adrenalina se había disparado y no podría detenerse ya, así que empezó a revisar de papel en papel. Al llegar a los trabajos escolares de Aidan lo encontró. Era un papel muy normal, sin membrete de ninguna entidad, sólo algo impreso y firmado, y al final pudo ver la firma de Richard y Ellynor tal como dijo el jefe. Habían prometido vender la propiedad por un valor que le pareció muy bajo. No era una experta en bienes raíces, pero conociendo su tamaño y la calidad de los acabados, podía saber que este no era un precio justo. Y al ver la otra firma, Alice no pudo evitar dejar salir un quejido de sorpresa. Cayó sentada en el suelo y los ojos se le humedecieron. Todo lo que había escuchado de Robert, todas las historias de antes de la muerte de los padres, se agolparon en su mente tomando forma, obteniendo un sentido, un por qué. Y el corazón le dolió tanto, tanto. Lágrimas rodaron por sus ojos. Maldito. Maldito hombre, maldito ser, porque había que tener muy poca humanidad dentro para hacer esto. Había arruinado la vida de tres niños sólo por... ¿por qué?, se preguntó entonces. Tenía que haber algo más, tenía que haber mucho más que lo que se dejaba ver en la superficie.
—Oh, Dios —rogó entre lágrimas. Se arrastró, prácticamente, hasta donde estaba su bolso y sacó su teléfono. Gracias a que Robert era un jefe muy quisquilloso, la empresa le pagaba ahora un plan con internet para que estuviera accesible las veinticuatro horas del día, así que entró al navegador e ingresó el nombre de esa otra persona, y allí lo encontró. Él era, este debía ser el asesino. Una persona que supuestamente ignoraba la existencia de los GrandChester, no tenía por qué tener tratos con ellos de ninguna especie, sobre todo, una promesa de compraventa. Con razón ni Terry ni Robert habían podido dar con él en todos estos años... Y ahora que toda su malicia estaba a flor de piel, podía preguntarse, ¿serían reales estas firmas? ¿Realmente Richard y Ellynor GrandChester habían firmado esto? ¿No habría, ese monstruo, falsificado estas firmas? Oh, había tantas, tantas posibilidades. Con razón los GrandChester habían guardado bien este papel, con razón personas como el jefe lo estaban buscando. Y ese maldito debía ser un simple enviado, alguien a quien le pagaban para que lo consiguiera, simplemente. Seguro que esa persona había estado preocupada por esta conexión, por este cabo suelto, y por eso había mandado a traer de vuelta este papel. No dudaba que ya antes habían entrado aquí para robarlo, pero ellos no conocían a los GrandChester, y seguro que por más que rebuscaron, no pudieron imaginar que ellos lo guardarían justo aquí. Alice tomó el papel, lo dobló muy cuidadosamente y lo metió en su bolso preguntándose qué hacer ahora. Ahora era más que consciente de que jamás la dejarían salir viva de este enredo; para ellos, Alice palmer era un simple peón, alguien descartable. Siempre había imaginado que luego de que ella al fin le entregara lo que pedían tendría que desaparecer o buscar ayuda, pero ahora no le cabía la menor duda de esto. El jefe había sido muy claro al decir que no quería que nadie más supiera de este trato que los GrandChester habían tenido en el pasado. No, luego de ella haberse enterado de la verdad, él no la dejaría viva. Ella sería alguien más con esa información, otro cabo suelto. Podía mentirle, pensó poniéndose en pie y sintiendo cómo las piernas le temblaban. Podía decirle que no sabía nada aún, que no lo había encontrado. Afortunadamente, la habían dejado sola en esta búsqueda y no había nadie aquí vigilando sus pasos; seguro que muy cerca había alguien monitoreando sus pasos e informando, pero ese alguien no tenía los ojos puestos sobre este papel, sólo ella. Todos sus sentidos se rebelaban ante la imagen de sí misma entregándole este papel a ese hombre. Si Robert lo tuviera en sus manos, la historia cambiaría drásticamente, los GrandChester por fin podrían cumplir la promesa que hicieron en la tumba de sus padres y ellos serían vengados.
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CORAZÓN con etiqueta 🖤🔖
FanfictionAutora Virginia Camacho «Saga Príncipes» «Candy Candy animé»