Capítulo 5

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Capítulo 5. (autora Virginía Camacho).

Conoces cada detalle de mí. Ya nada te puedo esconder. Descubres mi alma para ti. Sólo estoy a tu merced.

Terry subió a su habitación casi a la una de la madrugada. De no ser porque Aidan empezó a bostezar, se habrían quedado hablando largo rato, pero estaba cansado, pues había volado desde Europa la noche anterior para estar aquí hoy temprano, y no había descansado en todo el día.

En silencio, se sacó la ropa y se metió en la cama sintiéndola muy grande y muy fría.

A un extremo estaba Candy, dormida y de cara hacia el otro lado. Se acercó a ella y la abrazó, sintiendo, inevitablemente, que la frialdad que había traído en su corazón se disipaba lentamente al calor de su cuerpo. Ella despertó, y al sentir las manos de él por su cuerpo, murmuró:

—Hazlo rápido, mi marido está abajo —Terry se quedó completamente quieto sobre ella, pero pasados unos segundos, la apretó tan fuerte que ella empezó a protestar entre risas—. Ah, que eres tú. Lo siento—. Lanzó un chillido cuando él se le puso encima atacándola a cosquillas.

— ¡Malvada! —Se quedó quieto sobre ella, aplastándola, casi, y luego de unos minutos, la acomodó para que se apoyara en su hombro. Candy suspiró tratando de recuperar el aliento, y acomodó la cabeza sobre el pecho de su marido. Era una tonta, no sabía estar enojada con él demasiado tiempo, y estaba tan cerquita, y calentito...

Lo que procedía era una sesión de besos, pensó pasando la mano por su abdomen; de otra manera, él no la habría despertado. Cuando bajó la mano muy dispuesta a empezar con el jugueteo, él se la retuvo en la suya, y con delicadeza, la acercó a sus labios para depositar un beso en la palma. Un poco extrañada, ella levantó la cabeza para mirarlo, pero él no dijo nada. Se quedó allí, observándolo en la oscuridad y en silencio por casi un minuto; sesenta largos segundos en los que sólo se escuchó su respiración.

—Hoy se cumplieron dieciséis años desde la muerte de papá y mamá —dijo, y, sorprendida, ella se movió apoyándose en su codo. ¡Él le estaba contando cosas de su vida!

—Para esta fecha, siempre nos reunimos para visitarlos en su tumba, llevarles algunas flores... y seguir en la labor de averiguar quiénes los asesinaron.

— ¿Qué? —preguntó ella sentándose a su lado, y él cruzó los brazos debajo de su cabeza, haciendo más evidente la anchura de su pecho y la estrechez de su cintura.

—Esto que te estoy contando es secreto —advirtió—, nadie más lo sabe, Candy, ni deberá saberlo. De hecho... no debería contártelo...

—No te arrepientas de haber empezado —él sonrió mirándola, y ella extendió su brazo para encender una de las lámparas para poder observarlo bien. Terry respiró profundo y continuó.

—Lo digo porque Aidan es ahora una figura pública, y si se revelara...

—No lo contaré. Lo prometo —él asintió—. Dijiste que tus padres fueron víctimas de un asalto.

—Lo dije porque eso creímos por un tiempo.

— ¿Y no fue así? —él sacudió su cabeza.

—La policía no pudo decir otra cosa. Habían desaparecido sus objetos de valor, así que fue bastante sencillo para ellos dejarlo así—. Candy lo miró fijamente, y Terry siguió:

—Pero luego descubrimos que no fue así. Fueron asesinados, y para ese entonces... Bueno, me temo que tendré que devolverme mucho si quiero contarte todo desde el principio.

—Por favor —pidió ella, y él sonrió. Extendió uno de sus brazos hasta ella para tocarla, y dejó la mano en su pierna, acariciándola distraídamente.

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