Capítulo 28

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No esperes recoger cosas que no sembraste. La ley de la vida es clara, es  fuerte, es dura. Si no quieres ser la sombra, el amigo, el abrigo.  No te  asombres por que ahora seas el enemigo...

Linda miró a Aidan sentado frente a ella mientras apuntaba algo en una libreta apoyándose en la espalda de su guitarra. De vez en cuando se quedaba mirando su escrito, tocaba algún acorde en la guitarra, tarareaba, y volvía a escribir.

Estaba componiendo, era lo más seguro, y no pudo evitar sonreír a la vez que desviaba sus ojos por la ventanilla.

Iban de camino a Truro, en su lujoso avión privado junto al siempre silencioso y confiable Dobson, quien le había traído una copa de champaña muy fría y espumosa con algunos aperitivos.

Suspiró pensando en que seguramente recibiría una amonestación por tomarse estos días de más en el trabajo, pero no le importaba. Esto era vital.

—Aidan... ¿eres rico? —le preguntó ella mirándolo otra vez, y Aidan, un poco sorprendido por la pregunta, levantó la cabeza de lo que hacía y la miró. Pareció pensarse la respuesta por un momento, y haciendo una mueca contestó:

—Sí, algo.

— ¿Este avión es tuyo?

—Y también la aerolínea —añadió él con serenidad. Tocó con la punta de su bolígrafo sus labios y siguió—. También tengo acciones en empresas; ¿conoces la Irvine?

—He oído de ella, sí. Y de los Richman.

—Tengo importantes acciones allí, y en otro par de empresas. También tengo dos casas en Nueva York, y una en Londres; soy dueño de un restaurante bar en París y otro en Venecia. Ah, y tengo una isla en Grecia—. Linda abrió grandes sus ojos. Él lo había dicho como si sólo se tratara de un par de zapatos de más.

— ¿Sólo eso? —preguntó ella con sarcasmo.

—La isla no valía mucho, pero luego de una inversión, quintuplicó su valor y ahora hay un hotel allí, con su respectivo aeropuerto, y el turismo está muy vivo. Es costosa una noche en el lugar, pero te aseguro que vale la pena.

—Sólo para otros ricos.

—Qué te puedo decir. Hay gente muy aburrida que no sabe en qué gastar su dinero —ella se echó a reír, y Aidan, como siempre, sonrió mirándola—. Y tú... ¿eres rica?

—Papá es rico.

—Pero eres su única hija.

—De sangre, sí, pero no me sorprendería nada que todos sus bienes los dividiera con igualdad y los repartiera entre su mujer, su hijastra y yo.

—Pide tu herencia ahora que está vivo. Conozco a alguien que hará maravillas con tu dinero.

—Gracias por el consejo —contestó ella con una sonrisa.

Aterrizaron sin contratiempos, y de inmediato subieron a un auto que los condujo a una mansión, una verdadera mansión.

La casa de Candy y la de su padre parecían chozas frente a esto, pensó a la vez que miraba la fachada de la casa principal de los Swafford. Se preguntó si acaso tenían un castillo, abadía, o fortaleza en algún otro lugar de Inglaterra. Por dentro, el lugar parecía gritar riqueza, clase, antigüedad, y Linda caminó del brazo de Aidan tratando no parecer demasiado sorprendida por lo amplio del vestíbulo, ni los preciosos grabados en los arcos, las enormes pinturas, arañas pendientes del techo y esculturas en los rincones.

Aidan le dio indicaciones a dos mujeres que habían recibido sus abrigos para que sacaran su equipaje del auto y le dieran a Dobson un sitio donde instalarse, y al girarse, Linda vio una mujer que esperaba en lo alto de la escalinata principal.

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