Catorce

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Un mes después.

-Señorita Anna, es usted un ángel- ella sonrió ante el gentil comentario de uno de los ancianos de los que cuidaba por las tardes en el asilo en el que era voluntaria del poblado vecino de dónde había salido hacía un mes.

-Es todo un placer poder ayudarlos- dijo ella.

-¿Hoy también vendrá su novio el guapo?- preguntó una de las ancianas que estaba en el mismo salón en dónde estaba repartiendo chocolate caliente.

Ella sonrió divertida.

-Tal vez podría venir- dijo riendo.

-Es muy apuesto, debería trabajar aquí también- dijo otra de las ancianas.

-Le diré que sea voluntario, sólo si me prometen que tomarán sus medicinas.

-Lo prometemos- comenzaron a decir sin pensarlo y ella comenzó a reír.

-Anna, te buscan en la cocina- una de las enfermeras le avisó y la relevó de su función.

-Gracias, ahora vuelvo, regresaré para hacer válida la oferta- ella se dirigió a la cocina y vio a Raúl con una gran sonrisa.

-Hola, señorita- dijo acercándose a ella.

-Hola, Raúl, ¿Sabes que tienes muchas admiradoras aquí?- dijo divertida.

-Anhelo de verdad que alguna sea como usted- ella mantuvo su sonrisa y de verdad quiso quererlo y verlo como él la miraba, deseaba poder volver a amar como lo había hecho antes, pero tampoco quería lastimar al único ser que le era leal, no podía hacer que albergara esperanza, no quería romperle el corazón como lo habían hecho con el de ella.

Ella cambió el tema, era algo incómodo no poder contestar como él quería.

-¿Ya has comido?- él sonrió, sabía que ella no podría tener sentimientos aún por él, pero tenía esperanza, había sido ella quien se había aferrado a él y él era feliz con tan sólo saber que podía verla todos los días.

Él asintió.

-Sólo traje esto para sus amigas- le enseñó una bolsa con galletas.

-Ellas se pondrán felices, y más si tú se las entregas directamente- dijo con una sonrisa divertida.

Ambos salieron hacia el salón con las galletas en una charola, en cuanto lo vieron ellas comenzaron a reír y festejar.

-Parecen adolescentes- dijo él divertido.

-Tú eres su felicidad- dijo ella codeandolo.

-También quiero ser su felicidad- ella le dedicó una mirada fugaz.

-Ya lo eres Raúl, después de Gabriel eres el único amigo que tengo y en el cual puedo confiar plenamente.

Caminaron hacia las ancianas, algunos señores bostezaban y otros miraban a Raúl con rencor, todas las mujeres del lugar estaban admirandolo, esos pequeños momentos eran cuando Sarah podía ser ella como siempre, con la misma sonrisa y felicidad con la que había llegado al rancho de los Infante.

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-Por favor hija, dime en dónde estás- su madre le suplicaba que le dijera su paradero.

-Estoy bien Ma, no te preocupes.

-Por favor vuelve a casa- su voz era triste.

-No puedo hacerlo, perdóname, sólo quería que supieras que estoy bien, por favor avísale a Federico que te llamé, los amo- Sarah no le dió oportunidad a su madre de decir alguna otra cosa y colgó antes de derramar lágrimas.

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