Diecisiete

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Las luces iluminaron solo la pista y la voz de Pedro Infante comenzó a escucharse con Bésame mucho, ambos bailaron al compás de la música, ambos reían.

Él le dió un corto beso y ella sonrió.

—Te Amo tanto— dijo ella.

—Yo te amo más, mi Sari.

Cuando cambió la pista, Don Mariano y Lidia se acercaron a ellos.

—¿Podemos bailar con ustedes?— preguntó Don Mariano.

Ambos bailaron con ellos.

Cuando se sentaron para descansar un poco del ajetreo, su Lidia se acercó para hablarle a Sarah, Julián las dejó un momento ya que su padre le había llamado.

—Se qué es tu día especial y siempre quiero que seas feliz y que nada pueda dañarte— su madre sostenía sus manos y ella pudo adivinar a lo que se refería —hay alguien que desea poder tener una oportunidad de hablar contigo— Sarah sintió una punzada en su interior, pero por primera vez estaba de acuerdo con su madre sobre este tema, debía dejar atrás todo el dolor, ahora iba a enfocarse en ser feliz con Julián y debía perdonar.

—Vamos— dijo segura —sólo le avisaré a Julián— su madre asintió.

Julián miró a lo lejos a su esposa y ella se acercó.

—Voy a hablar con mi padre él ha venido— él la miró con ternura.

—¿Estarás bien?— ella asintió— bien te estaré esperando mi bella esposa— le dió un beso en la frente y ella se dirigió hacia el interior de la casa.

En cuanto entró a la sala su padre se levantó del sofá.

—Que hermosa te ves— dijo con sinceridad, ella sonrió nerviosa.

—Gracias.

—Yo dejo que hablen— dijo su madre y se alejó.

—Hija... Sarah— rectificó —sé que soy el menos indicado en llamarte de esa forma... Yo...— él estaba muy nervioso.

—Puedes estar tranquilo, no te odio, de hecho quiero agradecerte dos cosas, la primera es que alguna vez hayas querido a mi mamá y la otra que...— ella dudó por un momento decirlo —Sí tú no me hubieras invitado a tu casa yo no habría conocido a Julián, no hubiera encontrado mi hogar, mi felicidad

Leonardo derramó lágrimas de felicidad, su hija no lo odiaba y era feliz, eso era lo único que a él le importaba.

—Por favor déjame demostrarte lo arrepentido que estoy de dejarlos solos... Déjame enmendar todo ese tiempo.

—Voy a pensarlo.

—Está bien yo voy a esperar diligente.

—Por favor cuida mucho a Federico, él te admira mucho.

—Y yo los amo— ella sonrió, tal vez no había planeado esto, y se sentía un poco incómoda, pero iba a aprender a aceptar que él era su padre y que esto no iba a cambiar nunca.

Debía cerrar heridas, Julián la estaba ayudando y pasó por su mente hacer lo mismo, él tenía que dejar ir esos demonios que había creado por el dolor, ella iba a luchar para que él se despojara del odio hacia la mujer que le había dado la vida y la dejara en el olvido, porque personas como ella no cambiaban.

Su padre tuvo que irse y Julián fue a su encuentro y ella no pudo evitar derramar lágrimas, él la consoló.

—Mi bella esposa es muy valiente— él la sostenía entre sus brazos y le daba pequeños besos en su rostro, limpió sus lágrimas con estos besos.

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