Capítulo 3

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Abrí los ojos gracias a la luz del sol. Por fin era de día; luego de bostezar y tallar, mis ojos, vi la hora: 7:30 am. Clairy seguía durmiendo y, con todo el silencio que pude, salí de la habitación para estirarme un poco.

El movimiento era constante en el hospital, nada comparado con la noche anterior. Fui directamente a la cafetería a por un café y algo de comer para recuperar un poco de energía. Pregunté a un par de personas hasta que finalmente di con la cafetería, me acerqué a los menús pegados en la pared y me decidí por el denominado desayuno básico: huevos, bacon, pan tostado con mantequilla y café.

-Buenos días. -Saludé a la cocinera. -Deme un desayuno básico, por favor.

- Con gusto. -Sonrió. -

Mientras esperaba, observaba a la gente que esperaba desayuno como yo y no pude evitar sentirme fuera de lugar. Las personas que estaban allí, estaban porque venían a acompañar a alguien; Yo por otro lado, no sabía en el follón en el que me había metido. No es que me molestara estar con Clairy, pero yo era un desconocido ocupando el lugar de sus padres y sólo esperaba que ella estuviera mejor para poder llevarla a su casa lo antes posible.

-Buenos días. -La doctora Brunner saludó. -¿Cómo fue la noche?

Suspiré con cansancio.

-Tranquila. Se despertó una hora antes de que amaneciera, estaba algo molesta.

-Es normal. -Me dedicó una sonrisa ladeada. -Ella estaba segura de lo que quería.

Asentí.

-Como sea... sólo quiero llevarla a su casa, largarme a la mía y olvidar todo esto.

-En un momento iré a revisarla y sabremos si te la puedes llevar.

-Gracias.

Mientras desayunaba, tomé el periódico local; necesitaba estar al tanto de lo que ocurría. Miré la sección de deportes, noticias de economía y eché un vistazo a la sección de noticias relevantes. Inconscientemente, esperaba ver algo relacionado con Clairy, pero nada. Suspiré con alivio. Lo único que llamó mi atención fue un artículo dedicado a Robert Russell.

-¿Nuevamente este tío? -Pensé en voz alta y seguí leyendo con más detenimiento. Aparentemente era alguien bastante importante en el medio de las telecomunicaciones de la ciudad, con bastante pasta en los bolsillos, tanto como para donar mensualmente a los hospitales y a algunas organizaciones benéficas u orfanatos.

-No puedo creer que otro año haya pasado ya desde que murió el señor Russell. -Inconscientemente, mis oídos captaron lo que parecía ser un cotilleo entre dos enfermeras que se encontraban bebiendo café en la mesa de al lado. Decidí seguir con la vista en el periódico, sin perderme un detalle de lo que decían.

-No tuve la oportunidad de conocerle en persona. -Contestó la otra. -Sólo he visto documentales y artículos que hablan de la gran persona que fue.

-Era muy generoso; el mayor benefactor de los hogares de niños, incluso de aquí. Eso hasta que murió en ese accidente. Dejó a su esposa y dos hijos. -La nostalgia era evidente en su voz, pero fue sustituida por un resentimiento. -Dicen que la culpable de es tragedia fue su hija, la menor... nunca la conocí, pero lo poco que hablan de ella no es nada bueno.

-¿De qué hablas, Amanda?

-Según la señora Russell, todo fue por una rabieta de su hija. El señor perdió el control del automóvil y fue donde murió trágicamente. Aparentemente, con intenciones de quedarse con la fortuna de la familia, pero no lo permitieron y, por el contrario, la desconocieron como una de ellos. Nunca hablan de ella, es como si estuviera muerta para la familia.

El Ángel Suicida (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora