No abro los ojos al despertar.
Me quedo inmóvil, en la cama, pensando.
La habitación huele a él todavía; pese a que estuvo aquí por última vez hace mucho tiempo.
Mis pies casi no duelen. Mi estómago ruge, enfurecido.
Me invade una enorme tristeza al notar el silencio sepulcral que hay acá en casa.
Estoy sola, en medio del silencio.
Abro los ojos, en medio de lágrimas.
Me pregunto como habré llegado a este punto.
Duele saber que me las he arreglado para alejar a todos los que alguna vez me quisieron.
Y ahora estoy sola, en medio del silencio, pensando en lo que tenía.
Pienso en él, trabajando, siguiendo su vida.
Pienso en toda mi familia, en algún lugar, siendo felices, en total paz. Todos parecen siempre seguir su camino. Pero es como si yo estuviera atorada, sin que nadie me mire.
Me asusta mucho la soledad. Lástimosamente, acabo de notarlo.
No creo que valga la pena ni siquiera ponerse de pie.
Cierro de nuevo los ojos y pienso en lo mucho que extraño ser parte de un algo con él.
Siento que me sacan a rastras de mi vida anterior.
Siento que me ha reemplazado por una mejor versión de mí, y eso me destroza.
No recuerdo cuando fue la última vez que vi su rostro.
Pensando más profundamente, ni siquiera puedo recordar bien su rostro. Es una mancha en medio del lío que tengo en la cabeza.
Tampoco puedo recordar la última vez que hablamos. No recuerdo que dijimos.
No recuerdo como ni cuando nos conocimos.
Me asusta estar olvidando todo lo que componía mi vida.
No siento las lágrimas, pero sé que estoy llorando. Siento esa grieta en mi pecho.
Siento que estoy en una caja, con los ojos vendados, una caja que no me deja escuchar lo que hay afuera. Una enorme caja en la que floto, en medio de algún líquido. Una enorme caja que me guarda de todo lo que está mal, de todo lo que yo no tengo que saber.
Pero esa caja fue golpeada por una enorme realidad y se está rompiendo, con demasiada rapidez. Y me da miedo mirar fuera. Así que me aferro a la caja, con los ojos completamente cerrados.
Conforme esa caja se va rompiendo, la luz exterior me atrae y me deja todo claro de nuevo. Y hay alguien ahí. Alguien a quien tomo de la mano.
Ahora puedo recordar algunas cosas que antes no podía.
Sé que hace unos días dejé caer una taza de café, y que, al olvidarlo, me corté los pies.
Entiendo el dolor que he tenido en todos estos días. También recuerdo haberme asustado por ver la tina llena de agua, cuando fui yo quien olvidó drenarla.
Recuerdo los últimos días y me dan más ganas de llorar. Y sé porque quiero llorar todo el tiempo: es esa realidad que rompió mi caja. La caja en la que me aislé, la primera vez que me gritó, histérico.
En la caja, no escucho, no veo, no siento. Nada puede escucharme. Nada puede verme. Nada puede tocarme. Nada, ni nadie, puede hacerme daño. Mientras esté en la caja todo estará bien.
Ahora viendo fuera de ella, por primera vez en dos años, estoy completamente perdida.
No sé que hacer, pues la vulnerabilidad me vuelve loca.
Sigo en la cama, con los ojos en algún punto, perdida en mis pensamientos.
Mi estómago ruge, pero no me muevo.
Recuerdo que debo llamarlo. Estoy intranquila, porque no sé de él desde hace muchísimo tiempo. O al menos así me parece a mí.
Me levanto de la cama y me doy un baño. Como unas cuantas fresas y salgo de casa a toda velocidad.
Tomo el auto y empiezo a conducir, sin destino claro.
Terminó conduciendo hasta un pequeño restaurante de comida rápida.
Pido algo en la barra, sin mucho interés y me lo como sin ganas.
La cocinera me mira con mala cara.
¿Habré hecho algo malo?
Un hombre a mi lado parece no poder dejar de mirarme. Lo miro, incómoda, con la esperanza de que desvíe la mirada; pero me sostiene la mirada, como si eso fuese lo más normal del mundo.
Sus ojos de un negro pétreo me miran, inexpresivos, hasta que decido que comer en el auto luce como una mejor idea.
Pago un desolado e insípido plato, también sin interés. No miro cuanto dinero me devuelve. No miro al hombre de los ojos negros. No miro a la cocinera molesta.
Sólo camino hasta el auto, con una sencilla bolsa blanca.
Al sentarme, dejo la bolsa en el asiento de atrás y conduzco sin ruta, de nuevo.
Me siento tan vacía que empiezo a creer que tal vez todos estamos así siempre.
No sé si será de esta forma siempre, pero un sí parece ser la única respuesta razonable.
Me detengo en medio de ese pensamiento y detengo también el auto.
Ante mí, hay una pradera interminable de dientes de león.
Sólo siguen hasta que mi vista ya no las alcanza, continúan, bañados por la luz del sol. Me bajo del auto y me siento en una roca cercana, con la comida en la mano. Y miro como la luz parece mejorar la vista de esa triste pradera.
Me río sin gracia, mientras pienso que si las personas fuéramos praderas con flores yo luciría de esta forma, desolada, triste y sencilla. Una pradera rota.
Él sería el sol que hacía de mí una hermosa ilusión.
Y si fuese una pradera, sería de rosas; hermosas a la vista, pero llenas de espinas ocultas, listas para hacerte daño cuando estás lo suficientemente cerca.
Me quedo inmóvil, mirando, hasta que me doy cuenta de que ya está oscuro.
No pasa ningún auto por la carretera.
Me subo a mi auto en silencio y pienso bastante antes de decidir a donde ir.
Miro a mi alrededor cuando llego: la iluminación es agradable, la música está demasiado alta para mi gusto, y el local está demasiado sucio.
Miro a través de la mugrosa ventana del lugar. Hay muchas personas adentro. Personas sudando, mientras bailan; o eso parece.
No me siento lista para hablar con nadie, aunque es lo que más quiero en el mundo.
Conduzco un poco más, hasta una tienda que apenas se mantiene en pie.
Busco la botella de alcohol más grande que veo y la compro.
La abro en la seguridad que me provee mi auto.
Saco la tapa, con un sonido muy satisfactorio, dejando un aroma amargo irresistible.
Desde aquel día, cuando me gritó por primera vez, empecé a hallar consuelo en el alcohol.
El alcohol parece sacarme de la realidad, para alivianar las cosas. No hace mis problemas más pequeños; me hace más grande, más fuerte. Me hace una mejor versión de mí, una que no deja que la hagan sentir menos.
Mis labios se sienten demasiado resecos.
Tomo un trago directo de la botella. Sabe a licor barato de tienda deplorable, pero al menos es alcohol.
Siento como quema mi garganta, mientras baja. Y es reconfortante sentir un dolor tan agradable y controlado.
En algún punto la botella se acaba y quedo con mucha más sed que antes.
Cuando me intento bajar del auto pasan dos cosas.
Me mareo de forma horrible y al mismo tiempo me doy cuenta de que la tienda ya está cerrada.
Vuelvo al auto en medio de trompicones y me siento, borracha, en el cómodo asiento.
Pero la sed no parece acabar y mi yo nueva y fuerte me convence que puedo ir al bar de antes y tomar aún más, para calmar la sed y acallar el dolor.
Parece una oferta hermosa.
Conduzco aunque sé que es una mala idea.
Parece que la suerte va de mi lado, por primera vez en mi vida, porque no choco. Pensar algo tan lúgubre me da risa y me río.
Entro al bar, bastante mareada y me siento en la barra. Pido algo al hombre tras ella.
Él me sirve una copa tras otra hasta que siento que me voy a caer. Rechazo la última copa y salgo del bar.
Antes de entrar al auto noto que está amaneciendo.
Entonces reclino el asiento y subo las ventanas. Pongo seguro a las puertas y me cobijo con una vieja manta que estaba en la guantera.
No tardo en dormirme.Me veo a mi misma tomando mi mano, como si estuviera fuera de mi cuerpo y me confundo.
Hasta que me doy cuenta que tengo a esta persona idéntica a mí al frente, tomándome la mano. Está tibia.
Noto lo mal que me veo: tengo ojeras, como si estuviera muy cansada, y me veo seca y vieja. Suspiro.
El líquido nos cubre, miro a la persona al frente asustada, ella sólo me devuelve la mirada. Me sonríe hasta que somos una. Miro mi caja: ahora que la tapa no está, la luz exterior entra a su antojo en la caja. Todo el liquido está en el piso, seco e inerte. Muerto.
Noto que el fondo de la caja ya no existe.
Lo olvido todo casi al instante.
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Entre Las Grietas
Short StoryAmelia Walters, una chica solitaria. Una chica que cayó en manos del hombre equivocado. Una chica que siempre se ha encerrado a sí misma en una caja mental, que la protege. Una caja que se está rompiendo. Una chica que se está escurriendo entre las...