Despierto por la molesta luz del sol que entra por una ventana sin cortina.
Me duele la espalda y el cuello.
Recuerdo que ayer por la noche, dormir en el auto parecía una buena idea. Ahora, sobria, me doy cuenta de lo estúpida que fue esa decisión. Aunque, claro, conducir de esa forma tampoco era una opción.
Me incorporo como una señora bastante mayor, con mucha resaca: ningún músculo quiere responder.
Primero intento despejar mi vista, que está llena de manchas oscuras.
Tras parpadear varias veces noto que mi ropa está bastante sucia y huele a sudor.
Me pregunto que habré hecho ayer.
No había tomado alcohol desde hacía un tiempo y recuerdo bien la razón.
Al escapar de casa, recurrir al alcohol fue lo mejor que se me ocurrió. Después de conocerlo lo dejé, porque se lo prometí.
Pero, me recuerdo que el tiempo oxida todo; incluso las promesas.
No sólo él puede usar esa frase.
Abro la puerta del auto, con la esperanza de aire fresco y estirar mi acalambrado cuerpo.
Pero incorporarse tan rápido es una mala idea. Lo descubro poco después, cuando vomito junto al auto.
Una vez todo sale de mi estómago me siento un poco mejor.
Después recuerdo la tienda del licor de antes y pienso en una pastilla contra el dolor y un poco de pan.
Conduzco con cuidado hasta allá y compro lo que creo necesario.
Luego de comer y tomar la pastilla, vuelvo a dormir, de nuevo en el auto. O al menos lo intento.
Más que nada, cierro los ojos y me quedo acostada; pensando.
Cuando vuelvo a incorporarme es de noche.
El dolor se fue y ahora sólo me queda una increíble sed.
Dudo.
Miro mi triste escena: una mujer de treinta y tanto, sola, en una ciudad que no conoce, en un bar a las nueve y treinta y uno.
Entonces me recuerdo a mí misma haciendo promesas vacías e imposibles de cumplir. Me veo intentando construir un hogar, al lado de alguien que no para de destruirlo.
La yo de mi recuerdo me mira, con pena y asco. No sabe que le va a pasar.
Entonces tengo otro recuerdo. Miro a una inocente mujer, creyendo que en unos meses dará a luz al hijo del amor de su vida. La miro con odio y dolor.
Entonces pasa algo extraño.
Me doy cuenta de que no he estado recordando; he estado viendo.
Es como si pudiera proyectar mis recuerdos.
Miro a esa mujer desconocida, aunque tenga mi cara y cuerpo, con una mano en su abultado vientre, sonriendo a la nada; demasiado absorta en la falsa felicidad y en sus estúpidos planes y metas.
La odio.
Entonces miro la siguiente imagen.
Soy yo; pero esto no es ningún recuerdo.
Esta desconocida tiene una hermosa niña en brazos y con un niño dormido en una cuna a sus pies.
Esa mujer está increíblemente feliz.
Esa mujer me mira como si estuviera viendo a un vagabundo comprando drogas, con lástima y desprecio.
Entonces él llega y abraza a la mujer que le dio hijos y la besa.
Me arden los labios.
Entonces él se va. Y esa mujer, se desvanece tras él.
Estoy mirando mi propio futuro. O lo que hubiera sido.
¿Por qué me fue tan difícil ser feliz?
Siempre tuve otra opción. Pero nunca la tomé.
Tengo la boca seca por la ansiedad, y un montón de recuerdos vacíos e imágenes extrañas que me dañan en la cabeza. Entonces, sin pensarlo mucho entro de nuevo al bar. Y me pierdo en ese amigo, que cierra mis heridas y acalla mis tristes recuerdos, pese a saber que es una mala idea.
Me quedo en blanco, con un placentero calor en la garganta.Mientras bebo tengo la pequeña visión de una caja. Una caja distorsionada a lo lejos.
Una caja sin una pared lateral.
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Entre Las Grietas
Historia CortaAmelia Walters, una chica solitaria. Una chica que cayó en manos del hombre equivocado. Una chica que siempre se ha encerrado a sí misma en una caja mental, que la protege. Una caja que se está rompiendo. Una chica que se está escurriendo entre las...