Capítulo 14

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Despierto en alguna superficie, en medio de algún lugar.
Tengo el cabello erizado y sucio, y tengo las piernas adormecidas.
Tengo lo que parece un golpe un lado de la cara, que me arde.
Un quejido sale de mi boca, una expresión rota, saliendo de una garganta reseca y maltratada por los gritos que antes emitió.
Intento moverme. Nada responde.
Estoy paralizada, en medio de algún lugar.
Todo huele a humo y tengo la vista nublada y borrosa.
Mi boca sabe a sangre y a gasolina.
Me duele hasta inhalar.
Entonces todo vuelve a ser oscuro.

Despierto en el mismo lugar, pero esta vez de noche. Sigo igual de adolorida.
No me muevo por lo que parecen horas.
Entonces, después de lo que parece una eternidad; me pongo de pie.
Todo me duele. Todo me protesta.
Empiezo a llorar.
No recuerdo nada de lo que pasó después de que discutí con él.
Camino hasta que veo el auto y entro en él.
Me miro en el espejo retrovisor.
Tengo la cara ensangrentada y entumecida. Y casi todo el cuerpo lleno de moratones.
Y sé que bebí hasta caerme.
Siento el alcohol. Ese antiguo amigo venenoso, en mis venas.
Me quejo.
Conduzco a casa. En tanto estaciono el auto a esa casa, un enorme escalofrío me recorre el cuerpo, junto con una arcada.
Abro la puerta del auto únicamente para vomitar todo el alcohol que tenía mi estómago.
Al acabar me reclino, jadeante, en el volante; y me doy cuenta de que ese lugar, ya no es mi hogar, que es sólo una casa con un precioso lago y una colina danzante. Ya no hay nada ahí que me pueda ayudar.
Y sé la razón. Ya recuerdo todo lo que pasó en la entrada de esa casa.
Estábamos gritando. Él lloraba, la mujer lloraba y yo lloraba.
Yo en algún punto llegué hasta él.
Entonces me habló.
Y yo lo empujé.
Vuelvo a vomitar.
Hubo luces y un sonido muy fuerte.
Un auto.
Yo lo empujé justo cuando pasaba un auto.
Yo lo maté.
Vomito una vez más.
La mujer lo vio todo, junto a sus hijos.
Todos en la calle me vieron.
Todos saben quien soy.
La policía lo sabe.
Aunque; él podría no estar muerto.
Podría haber sobrevivido.
Hay muchas personas que sobreviven a accidentes de tránsito.
No.
No fue así. Yo lo ví.
Lo ví ser embestido por ese auto.
Yo ví su cuerpo caer al cemento.
Ví sus ojos cerrarse. Lo ví verme confundido, antes de caer.
El cuerpo se me arquea en otra arcada; pero mi estómago ya no tiene contenido.
Lo maté.
La policía lo debe saber y tiene que estar viniendo en mi búsqueda.
No pienso más.
Enciendo el auto y conduzco durante mucho rato.
Al fin, exhausta y mareada, me detengo en un hotel de paso.
Dejo el auto en algún lugar y entro en la recepción.
La mujer que atiende ahí me mira como a un vagabundo, y sé que luego como uno. Su mirada no se suaviza, en tanto me acerco.
La ignoro y pido una habitación.
Me dice que si no tengo para pagarla no puedo quedarme.
Le extiendo mi tarjeta, junto a mi identificación, donde sonríe una ignorante y soñadora Amelia, una que está exquisitamente peinada y maquillada, que sonríe porque a su esposo le gusta que lo haga; una que usa esa blusa de manga larga en verano, para ocultar los maratones que cubren sus brazos, cuello y pecho.
Con eso la mujer me deja entrar a la habitación. No miro mucho a mi alrededor, porque el sueño no me lo permite.
De una sola vez caigo rendida en la cama. Duermo unas horas, en medio de pesadillas.
Al despertar, estoy un poco menos cansada.
Entro al baño de la habitación y me doy una ducha. Limpio la tierra y sangre de la cual no recuerdo haberme manchado.
Tengo unos cuantos moratones y una uña completamente rota, junto con una fea herida en el muslo.
No le doy mucha importancia.
Al acabar, salgo de allí y entrego las llaves a recepción, para nunca más volver.
Entonces vuelvo al auto, y continuo mi viaje.
Conduzco durante casi todo el día hasta que el hambre me detiene. Paro en un restaurante familiar.
Tiene una bonita entrada y un amplio comedor. Huele a comida casera.
Entro, ahora un poco más limpia, pero con la ropa hecha jirones. Cada persona en el lugar voltea a verme.
Pero yo continuo caminando. Los padres apartan a sus hijos de mi camino. Pienso que en una situación parecida yo hubiera hecho lo mismo.
Me duele el sólo pensarlo.
Al final, me siento. Una mesera me atiende, pido algo. Como. Salgo del local.
Continuo mi camino hacia la nada.
En cierta ciudad paro en un cajero de banco y miro cuanto dinero hay en mi tarjeta. Me llevo una agradable sorpresa al notar que tengo mucho dinero ahí. He estado ahorrando por años.
Hay lo suficiente como para comprar un boleto de avión e incluso alquilar una casa por unos meses.
Los siguientes días, sigo conduciendo hasta que llego a un aeropuerto.
Ahí compro un boleto hacia una isla de bonito nombre. Al parecer mi visa sigue vigente.
Al estar ya sentada en el avión siento algo extraño.
Siento paz, por primera vez en los días que he estado conduciendo.
Siento que puedo respirar mejor y me odio por ello.

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