Capítulo 7

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Han pasado unas semanas desde la última vez que vi la casa que solíamos compartir el fantasma de él y el mío.
Ahora mi cama es el asiento del auto y mi casa es un solitario bar.
Incluso he conocido a varias personas que lo frecuentan.
Como la señora sola que llora por su hija.
O como el señor que bebe entre risas.
O el chico tras la barra, que parece bastante aficionado a los chismes.
Nunca le he hablado a las dos primeras personas, pero el tercero parece conocerlos demasiado bien. Incluso ha preguntado mi razón para beber allí todos los días. No he respondido, porque ni siquiera yo lo sé.
Pero de seguro todos estamos ahí para olvidar.
Ya ni siquiera recuerdo como es la casa.
Pero no puedo sacarme de la cabeza el olor. El olor de él. Una agradable combinación de vainilla y caramelo. Ni me olvido de un destello de lo que podría ser su risa.
Es una carcajada sola y vacía; probablemente falsa. Una carcajada grave y hueca que me hace sentir mal.
La escucho cada vez que me voy a dormir, como si quisiera que yo supiera que está ahí. Me atormenta saber que podría estar viéndome.
¿Qué sentiría al verme de esta forma? ¿vergüenza? ¿odio? ¿asco?
No me doy una respuesta a mí misma.
No lo pienso más y entro al bar.
Deben ser las seis de la tarde, pues el atardecer está dejando paso a la noche y ya se está poniendo oscuro.
La entrada está sucia y llena de polvo, como lo ha estado todo este mes.
Me siento en mi banco, en la esquina más lejana de la puerta, en un rincón oscuro y con olor a moho.
Desde ahí le hago una seña al chico de la barra para que me sirva lo de siempre. El licor más fuerte que tenga. Y una cerveza.
Me tomo el shot sin pensarlo y sólo disfruto del dolor que obtengo cuando pasa por mi lastimada garganta.
Y sigo la noche tomando sorbos de cerveza hasta que se acaba y pido otra ronda.
Casi siempre me emborracho muy fácilmente, a eso de las nueve. Pero ni siquiera el licor me saca de la cabeza esa risa. O el olor. O la presencia constante.
Pero esta noche es diferente. Hoy el licor se ha subido demasiado rápido.
Pago todo y salgo a rastras del lugar.
Camino hasta afuera, al auto.
Entonces miro al cielo. Y sin saber lo que quiero encontrar, empiezo a buscar por el cielo. No encuentro nada, claramente. Pero una pequeña pieza en mí empieza a encajar. Encuentro una pequeña respuesta que había estado oculta.
Me digo a mí misma el motivo. Destapo ese recuerdo que había bloqueado por tanto tiempo.
Él me estaba engañando.
Entonces empiezo a llorar.
Me di cuenta un día, cuando estaba específicamente encantador. Había llegado a casa de buen humor y había fumado junto al lago. Tal vez pensando en una vida mejor.
Yo estaba radiante, también. Entonces había ido a guardar sus maletas y bolsos del trabajo.
Había entrado a la habitación y, ahí, en la cama, estaba su computadora portátil, abierta.
Con una descarada conversación en la pantalla.
Una conversación con una mujer. Donde le decía lo mucho que la amaba y que estaba feliz con su familia.
Mi corazón se quebraba, al leer lo feliz que se sentía de saber que iba a ser padre.
Por tercera vez.
También especificaba bastante el hecho de que se moría por ver a "los niños", que era sólo un viaje de negocios de unos días y que volvería a casa en poco tiempo.
Entonces todo había tenido sentido.
Tenía otra familia y era feliz. Tenía otra esposa, una apta, y con ella, tenía una familia.
Estoy en la entrada del bar, destrozada llorando, estando borracha. Estoy sola y mirando el cielo nocturno. Hay personas caminando por la sucia calle, pero, pese a eso, nunca en mi vida me había sentido tan terriblemente sola.
Y así; aún borracha y débil, entro en el auto y conduzco hasta esa casa.
Abrir la puerta principal es como una bofetada en la cara. El olor a él reina aquí. Aún hay alguna de su ropa tirada en el piso.
Ignoro todo y revuelvo toda la habitación, buscando mi teléfono.
En tanto lo tengo en la mano, lo llamo. No me contesta.
Me caigo al piso. Y el silencio se hace en casa. El silencio me punza la piel y me jala el cabello.
Miro en la habitación todas nuestras fotos, años y años de felicidad.
Me incorporo y agarro la más cercana. Una de cuando éramos novios. Miro mi cabello castaño largo, mis ojos oscuros y mi cara joven y feliz. La tomo y la destruyo contra la pared. Y entonces hago lo mismo, con cada una de las fotos de nosotros en la casa.
Cuando acabo, abro la llave de la bañera, para llenarla.
Y saco unos tijeras.
Estoy en el baño, sola, borracha y delirante.
Odio mis recuerdos.
Ya no quiero ser la chica que creyó en él. Ahora soy una mujer; y tengo que cambiar.
Tomo la tijera y me corto el cabello que deje crecer durante años para él.
Lo dejo muy corto. Tanto, que se miran mis orejas. Pero no es suficiente.
Tomo la máquina con la que yo le cortaba el cabello a él. Para hacerlo, claro, me obligó a tomar un curso de peluquería.Sé lo que hago.
Tomo la máquina y me dejó el cabello aún más corto, con un bonito flequillo.
Me odio a mi misma por aún querer lucir bien, pese a todo.
Miro en una de mis orejas un piercing dorado. No recordaba nada así.
Y el pensar que ya ni siquiera me conozco a mi misma me termina de quebrar.
Paro mi locura y miro la tina. El agua tibia casi la llena.
Me soy un largo baño, con una copa de vino en mano. Llorando de dolor.
¿Por qué tuvo que hacerme esto? ¿Por qué ser tan cruel? ¿Era tan fácil usarme y luego dejarme sola?
La confusión me deja exhausta y aún sin la respuesta no dejo de llorar ni un segundo.
Termino de bañarme y vacío la tina.
Me visto con algo que encuentro por ahí y sólo me siento en la cama, llena de pena.
Me duermo llorando, pensando lo injusta que es la vida.

Sueño con la caja, que ha perdido otra pared.
Ahora parece más un túnel tumbado.
Y ahora el líquido, que estaba seco en el piso, ya no está.
Sólo es un túnel solitario y hay tanto silencio que puedo oír como se agrietan las paredes que siguen de pie.
Y me veo a mí misma, debajo de esas paredes; esperando a que todo se me caiga encima.

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