Capítulo 2

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Me despierto en el salón de mi casa. Estoy en el sofá grande, el de cuero. Tengo dolor de cabeza, y me duelen los pies.
Es de día.
El reloj negro de la pared anuncia las nueve de la mañana.
El piso está lleno de huellas de sangre y de trozos de la taza de ayer.
Tengo frío, y hambre. Decido que quiero prepararme algo. ¿Tal vez una tostada? ¿Huevos? ¿Avena?
No quiero hacer nada elaborado, estoy muy cansada.
¿Habré trabajado demasiado?
Pensando un poco recuerdo que yo no trabajo, que él y yo lo decidimos así.
Aún así, estoy entumecida. Quiero darme un baño caliente. Voy al baño. Abro la llave de la tina y el agua empieza a caer, llenándola.
Me quito las vendas de los pies que están llenas de sangre. Los pies me duelen mucho. Tengo unas cuantas heridas poco profundas, parece que las limpié bien ayer, pese a la poca luz.
Tiro las vendas a la basura y entro en la bañera. El agua está caliente. En tanto entro me relajo, me quedo mirando y pensando un rato.
¿Estará él en otro de sus largos viajes de negocios? ¿Cuándo volverá a casa?
Debería llamarlo.
Me quedo en el agua, por largo rato hasta que el agua ya está fría.
El pequeño reloj del lavabo indica las doce en punto.
A esta hora debo tomar mis pastillas.
Salgo de la bañera y me visto.
Entonces lo llamo. Mientras sostengo el teléfono entre mi oreja y el hombro voy al lavabo y saco mi organizador de pastillas. Saco la pequeña pastilla blanca.
Es amarga, pero un vaso de agua me quita el sabor de la boca.
Una voz pregrabada al otro lado de la línea dice que él no puede contestar por el momento.
¿Lo habré interrumpido en medio de una reunión?
Un pequeño cólico me hace notar el miedo que eso me provoca.
Dejo mi teléfono.
Me preparo una ensalada sencilla. Y la guardo en la nevera, pues de pronto se me ha quitado el hambre.
Me apoyo en la isla de la cocina para pensar: si estaba en una reunión no vendrá a casa pronto. Y lo notaré, porque no tardará en llamarme, molesto.
Enciendo la televisión. En la tele hablan de un accidente en el metro. Como nadie parece saber que pasa.
La tragedia nunca me ha gustado, así que cambio el canal. En el siguiente canal hablan de lo mismo.
Me duele el estómago.
Paso de canal. Hay una película de romance. Pienso en preparar unas palomitas y verla. Creo que es una buena idea.
Me levanto mientras escucho el televisor. El sonido parece rebotar y envolverme en esta pequeña habitación.
Me dejo perder en la película; la veo atentamente apoyada en la isla que separa el salón y la cocina.
El microondas me indica que las palomitas están listas. Las pongo en un tazón verde.
Voy al salón y me siento en el sofá grande de cuero, justo frente al televisor.
El chico lucha por la chica. Ella lo odia.
Las palomitas son saladas. Me dan sed. Voy a la cocina por jugo de manzana. Recuerdo que hay un poco ahí.
Entonces me doy cuenta de que el piso aún está lleno de huellas de sangre.
Dejo el envase de jugo en la isla y sigo lentamente las huellas hasta la puerta del baño, que está abierta. La tina sigue llena de agua. Vacío la tina y tomo un paño con el que voy limpiando el piso. Lo deslizo sobre la superficie con mi pie.
Tomo mi teléfono del mueble donde está empotrado el lavabo y lo llamo de nuevo.
El contestador automático me dice que no puede atender en ese momento tampoco.
Salgo del baño y sigo limpiando el suelo, mientras mis pies me dan pinchazos.
Eso me recuerda que aún no me he puesto nuevas vendas y que he andado todo el rato descalsa. Limpio bien todo el suelo para que eso no me preocupe más y luego limpio mis pies y me pongo nuevas vendas.
Vuelvo a la cocina y me sirvo el vaso de jugo, aunque ya está tibio.
Devuelvo el envase a la nevera.
La película que estaba viendo ha acabado y está empezando otra que nunca he visto. Decido darle una oportunidad. Miro el reloj negro de la pared que dice que son las dos y diecisiete de la tarde.
La película no es de romance, sino de comedia. No me parece realmente graciosa pero sigo viéndola.
El jugo y las palomitas se acaban en algún punto pero no me importa mucho.
Vuelvo a llamarlo, sigue sin tomar el teléfono. Eso es extraño. Apago el televisor y voy a la habitación. Dudo un poco en el umbral de la puerta, con un nudo en la garganta. La habitación huele a ese perfume que tanto le gusta y a madera. Ese olor me da ganas de llorar. Entiendo el por qué: extraño al antiguo él, el que era hace un par de años.
Enciendo el televisor de la habitación y me acuesto en la cama. Está fría.
En el tele, están pasando una película para nada interesante pero no me importa, estoy perdida en mis pensamientos.
Él debe de estar en otro de sus viajes de negocios. No vendrá pronto, tal vez tarde unos meses, tal vez unos días. No recuerdo hace cuantos días se fue por última vez. Pero recuerdo que debe ir a trabajar a la empresa durante seis meses. Debe viajar a la ciudad, así que se va durante esos meses y pasa conmigo los otros.
Al inicio me prometió que serían sólo cuatro meses al año, y que iría en  enero y volvería en marzo, luego volvería a ir unos cuantos días varios, cuando llamaran por su ayuda. Prometió que no tendría que estar sin él por más de dos meses seguidos, y que estaríamos juntos los otros ocho meses.
Así era hace un par de años.
Pero el tiempo había desgastado todo, incluso las promesas.
Ahora trabaja diez meses al año, a veces más.
Antes venía a casa en mayo, para mi cumpleaños y en agosto, para nuestro aniversario.
Nunca podía verlo en los días festivos, ni en su cumpleaños.
Siempre volvía disculpándose por trabajar demasiado, siendo encantador los primeros días, para golpearme a los tres días de haber llegado, por no servirle una cena más deliciosa.
Nunca le había dicho nada en contra de eso. Era mi culpa, después de todo, por no ser una mejor esposa. Sólo pasaba diciéndole lo mucho que quería que no trabajara más.
Eso parecía enfurecerlo aún más.
Terminé por nunca permitirme hablar cuando estaba en casa. Pero mi silencio era molesto para él.
Creo recordar que la última vez que vino había estado por tres días, yéndose tras golpearme por estar tan callada. Eso había sido hacía tiempo.
¿Y si ahora no volvía nunca a casa?
Me doy cuenta de que tengo hambre.
Limpio mi cara, llena de lágrimas.
Me sirvo poca ensalada y la como en silencio, en medio del silencio.
Veo la televisión sin interés hasta que el sueño me saca de la pesadilla grande que es mi vida ahora; sólo para inducirme en otra.

Caigo, de nuevo en aquella extraña caja; lisa e incolora; y noto que se está rompiendo.

Entre Las GrietasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora