Capítulo 8

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Siento que mi cabeza va a explotar.
La resaca que había ignorado por casi un mes se reunió y me ataca ahora.
Es un dolor fuerte y constante que no me deja.
He dejado de llorar, pasados unos días.
Me pica el cráneo. No estoy acostumbrada al cabello tan corto.
Ahora intento revivir el momento, para estar segura de que fue lo qué pasó.
La conversación es una prueba irrefutable. De hecho es la prueba.
Me digo a mí misma que podría estar equivocada. Pero no hay nada que pudiera hacerme dudar de la veracidad de la conversación.
Ya no puedo confiar en nadie.
Porque todas las personas están encerradas en una caja, junto a su verdadero yo. Y sólo nos muestran lo que son por fuera, el liso exterior de esa caja, que se ve perfecto y hermoso. Pero con el tiempo, poco a poco, van saliendo por entre las grietas de esa caja y entonces solo se ve lo que es por dentro.
Ahora he visto que todos estamos igual de podridos por dentro, ya no me queda nada por ver. No vale la pena.
Afuera, en medio de la noche, solo se escucha el viento, que está furioso esta noche.
Me envuelvo en una cobija y salgo al lago.
Esta vez no entro en él; sino que me quedo observando, pensando en como vengarme de esa asquerosa persona.
Pienso mucho, e intento formular un buen plan.
Cuando quedo satisfecha, veo el sol saliendo.
Entonces entro en la casa y me doy un baño.
Me visto casual y salgo por vino.
Compro en la tienda cercana al bar.
El chico de la barra me mira por la ventana.
Aparto la mirada, nerviosa y sigo caminando; hasta que me encierro en el auto, con lágrimas a punto de salir.
Las detengo y conduzco hasta la casa, de nuevo.
En lo que resta de día (según el reloj negro de la pared, unas trece horas), limpio la casa e intento sacar el olor a él.
Parece imposible.
Al anochecer vuelvo a salir a observar el lago.
Ahí me siento, y doy las últimas vueltas al plan.
Sonrío satisfecha, al pensar lo perfecto que podría resultar todo. Entonces lo pongo en marcha.
Llamo de nuevo a la estación de policía y pregunto por él.
El policía de tono aburrido me dice lo mismo de la vez pasada. Le pido el número de la empresa.
Me dice que no me puede dar esa información, y yo me disculpo. Cuelgo y mi plan se pierde. Me dan ganas de llorar.
Pero entonces recuerdo.
En una de nuestras conversaciones viejas, cuando él recién consiguió su trabajo, me había dado el número.
Tengo que pasar por todas esas conversaciones para llegar.
Cada vez que hay un mensaje suyo tengo un escalofrío.
Busco por horas, entre todas esas mentiras hasta que encuentro el mensaje.
Marco el número en mi teléfono.
Pese a ser tarde, una voz femenina y refinada atiende. Pregunto por él.
Me dice que no trabaja allí desde hace meses. Que presentó su carta de renuncia y que, según ella, ahora sólo se dedica a su esposa y luego murmura en tono desdichado, como a ella también le encantaría salir con su jefe, siendo sólo una secretaria.
Inmediatamente se disculpa por hablar de más y me pregunta si ocupo alguna otra información.
Cuelgo, mietras ella todavía habla y me quedo sentada.
Así que era su secretaria. Yo la conocí en uno de los viajes a los que él me llevó. Era una mujer hermosa, pensé. Pelirroja y alta. Daba la sensación de ser millonaria, con cada sonrisa. Y aún vistiendo ropa casual, daba la sensación de vestir prendas de oro sólido.
Parpadeo varias veces.
Me asombro a mí misma, con mi calma, es como si fuese inmune por unos pocos minutos.
Busco el nombre de la mujer en Internet. Sale una foto, de un perfil de alguna red social. Una foto de una mujer pelirroja, de ojos redondos y grandes, con mejillas redondas y llenas de pecas. Una mujer preciosa.
Es bastante similar a como la recordaba.
También sale un post sobre una búsqueda de abogado y otro de búsqueda de niñera. Y sale su número, "para los interesados en el trabajo."
Llamo. Y espero con paciencia.
Una voz gruesa que conozco bien contesta.
Habla tan desinteresado como siempre.
Un bebé llora de fondo y él grita, en tono dulce, el nombre de la mujer, diciéndole que cambie a la bebé.
Vuelve a hablar, ésta vez a mí. Pero me quedo muda de impresión.
Repite varias veces, pero las palabras no me salen.
Entonces cuelga con una maldición en los labios.
Mi inmunidad llega a su límite y se quiebra: mi llanto hace eco por toda la propiedad.
Caigo rendida en el pasto en medio de sollozos interrumpidos y gritos a media voz.
Lloro hasta que pierdo razón en ello y, finalmente, me duermo.

El reflejo distorsionado de la luna en el lago se ve cuadrado, como una caja. Una caja clara y completamente rota. Con sólo dos paredes intactas, una agrietada y una a punto de caer.

Entre Las GrietasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora