Capitulo XVIII

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Candy se inclinaba sobre su taza de té, aspirando el fragante vapor. Le dolía la cabeza, su cerebro aún seguía nublado, y tenía un mal sabor en la boca, como el queso que alguien había olvidado y dejado al sol todo el día. ¿Realmente había ocurrido todo lo de la noche anterior? ¡Ohh! —Cerró los ojos. Si que debía de haber pasado. Sus partes femeninas estaban irritadas. Y los recuerdos... Algunos eran muy confusos, pero otros eran sorprendentemente claros.

Candy le había rogado a Terry que la tomara una y otra vez, y él lo había hecho... en su regazo, de espaldas, con la boca, con los dedos. ¿Qué pensaría Terry de ella? Gracias a Dios, su madre y las otras damas estaban de visita en el momento en que finalmente se arrastró fuera de su habitación y bajó al estudio de Terry. Debía tener Jezabel escrito en la cara. Tomó un sorbo de té esperando poder calmar su estómago y aliviar el golpeteo
del interior de su cabeza.

¿En dónde estaba Terry? Le había dicho a Dorothy que deseaba verla, pero no estaba allí, algo que agradecía inmensamente. —¿Cómo iba a mirarlo a la cara otra vez? Pero tenía que enfrentarse a él, ya que estaba viviendo en su casa..

Dejó la taza de té y se frotó las sienes. Terry había sido tan amable con ella en el carruaje, podría haberse comportado de una manera más ruda y exigente, pero había sido todo lo atento y amable que se podía ser dadas las circunstancias. Si la hubieran obligado a tomar esa desagradable bebida en la ceremonia de Stanford... —Candy tragó con rapidez y se llevó las manos a los ojos. No, no podía pensar en lo que habría sucedido entonces...Era demasiado horrible. Ella nunca podría...

—¿Estás bien?

—Ahhh. —Candy gritó y levantó las manos, tirando casi la taza de té y la tetera.

—Lo siento. —Se disculpó Terry. —Pensaba que me habías oído entrar.

—No. —Ella lo miró y se sujetó la cabeza con las manos. —Yo, ah, no...

Nunca había visto a Candy tan abatida. Durante todo ese alocado asunto, la había visto muy decidida, optimista y enérgica. Ciertamente había sido muy enérgica anoche en el carruaje. Sonrió. Había tratado de estar a la altura, pero a la cuarta vez tuvo dificultades para tener una completa erección. Ella se había hecho cargo del asunto.

¿El maldito afrodisíaco no la estaría poniendo enferma?

—¿Estás bien?

Candy sacudió la cabeza, sin quitar las manos.

—Estoy tan... avergonzada. —Sorbió un par de veces y se echó a llorar.

—Candy —Terry sintió que se le encogía el corazón. Su dulce Candy. Agarrándola por los hombros, la levantó de la silla y la abrazó...—No te avergüences, nadie sabe lo que pasó, solo yo. —Bueno, apostaba que Cookie se había hecho una excelente idea, por la mirada que le había dirigido cuando finalmente se detuvieron en Mansion Granchester y sacó a Candy, dormida y desaliñada del carruaje. Y, a decir verdad, él mismo también había parecido más que un poco desaliñado.

—Pero tú lo sabes. —¿Cómo puedes volver a tocarme?

—Candy —Terry la llevó hasta el sofá y se sentó con ella, rodeándola con sus brazos una vez que se acomodaron...—Eso no tiene sentido, ¿Por qué no iba a querer tocarte? La besó en la frente. —Me gustó mucho tocarte anoche. Estuviste magnífica. —Eso era verdad. Esa experiencia en el carruaje fue una fantasía que no se había imaginado nunca, pero que ahora ya podía hacer. —Me gustaría repetir todo de nuevo —Terry se rió entre dientes. —Aunque quizás no todo a la vez. —Estaba agotado cuando al final te quedaste dormida.

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