Capitulo XIX

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—Bien, bien, bien. Nos encontramos de nuevo, señorita Ardlay.

—¡Señor Juskin!

Cielos, su voz había sonado muy débil. Candy se aclaró la garganta e intento no parecer tan aterrada como se sentía. El hombre parecía... diferente. Oh, su rostro era el mismo, por supuesto, pero algo en su expresión había cambiado. Ahora si que podría creer fácilmente que era Satanás.

—Señorita Ardlay. —Él sonrió y un escalofrío se deslizó por su espalda. .—Justo la mujer con la que deseo tener una agradable charla. —Amplió su sonrisa..—Bueno, para mi será muy agradable, pero tal vez para usted no lo sea tanto. —La empujó hacia la puerta por la que él acababa de entrar.

Candy miró hacia atrás. —¿En dónde estaba Terry? —Probablemente, mirando embobado a esa jovencita. Abrió la boca para gritar, pero el señor Juskin se la cubrió con la mano antes de que pudiera hacer algo más que inhalar. Era mucho más fuerte de lo que se había imaginado.

—Vamos, vamos, señorita Ardlay. —Murmuró en su oído. —Ya sabe que una dama no grita... en público. —Todavía olía a ajo y a suciedad y, dada su actual proximidad a él, también a sudor y a otros desagradables olores corporales. Ese hombre se beneficiaría enormemente de un baño, ropa limpia, y una nueva dieta.

Juskin la arrastró hasta una habitación vacía y cerró de golpe la puerta, cortando los sonidos reconfortantes de la fiesta. La soltó y Candy se alejó, dejando todo el espacio que pudiera entre ellos mientras se esforzaba por mantener su respiración bajo control. Estaba atrapada. Al otro lado de la pesada puerta estaba la libertad y el mundo
cotidiano de la alta sociedad, en este lado... en este lado, ella sospechaba fuertemente que estaba el infierno. Tragó saliva. No podía dejarse llevar por el pánico. No había cerrado con llave la puerta. Podría escaparse o Terry vendría a rescatarla.

—¿Qué estás haciendo? —Candy giró la cabeza.

Un hombre alto y delgado estaba junto al escritorio. Estaba mirando al señor Juskin. ¿Le ayudaría? El corazón le dio un vuelco. —No. Era poco probable que el señor Helton la hubiera perdonado por apuñalarlo.

—¿Conoce a mi... eh, compañero? —Preguntó Juskin, parándose demasiado cerca de ella otra vez. Se rió entre dientes. —Algunos bromistas lo han apodado Belcebú.

El señor Helton profundizó más el ceño. —¿Has perdido completamente la cabeza?

El señor Juskin se encogió de hombros y sonrió a Candy, haciendo caso omiso de su secuaz...—Y a mi me llaman Satanás...—¿No es divertido?

Helton cerró el puño sobre el escritorio...—Maldita sea, Ahora tendrás que hacerla callar.

El señor Juskin intentó deslizar el dedo por la mejilla de Candy, pero ella se apartó. Él se echó a reír.

—Por supuesto que la haré callar, estoy deseando hacerlo.

Maldita sea, eso definitivamente no era nada bueno. Candy miró a su alrededor, esperando encontrar alguna vía de escape o por lo menos un arma. Estaba en el despacho del anciano, una habitación bastante sombría con cortinas rojas como la sangre... demonios, no tenía que pensar en sangre. Estanterías con libros cubrían las paredes. A su derecha, el señor Juskin había colgado un esqueleto, puede que perteneciera a alguien que lo había disgustado... No, tampoco tenía que pensar en eso. Candy estaba muy asustada, sus rodillas no paraban de temblar.

—¿Estás loco? —Estaba diciendo Helton. —Ella no es una prostituta a la que nadie reclamará. Tiene padre y tres hermanos, y el hermano mayor es condenadamente bueno luchando.

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