Tenía planeado subir muchos más OS por la temporada :( pero si ni siquiera terminé mi Kintober Pike <|3 mucho menos logré escribir algo para acá ;;; dedico este OS para Dianita uvu le gustan las cosas sad y el sexo gei, so...disfrútalo
¡Feliz Navidad a todos!
Las campanas de media noche resonaban por mi habitación, por mi oscura habitación que se llenaban de tortura navideña, dolor por tu ida...por tu marchar.
Navidad, fecha deprimente, tiempo maldecido por mi, maldita festividad que me quitó el amor, ¡mi adorado amor! Llevándose todo, no habría regalo que me alegrase, porque él se había llevado mi alma, mi corazón, mis ganas de amar.
Detestable navidad, de un amor trágico, aun así las malditas campanas llenaban mi cabeza de ilusiones, de sólo recordar...como te veía venir a decirme 'feliz navidad'.
...
Las sombras y las luces jugaban en la habitación. Luces de colores, donde más resaltaba el verde y el rojo. Dibujaban sobre tu cuerpo formas que recorrían el puente recto de tu nariz, el ángulo perfecto de tu barbilla. Cuando te acercaste, las luces juguetearon en tu pecho, en tu abdomen marcado, en el cuero que recubría tus caderas y se extendía hacia las piernas, dejando libre tu erección palpitante. El olor a pino de mi cuarto junto con tu esencia fueron la combinación perfecta para comenzar con cantos y los vuelos que invadían la extensión para festejar.
La fusta -llamado crop de caza, un látigo sin flagelo- se clavó de nuevo en mis nalgas, mientras abría los ojos, cargados de excitación.
-Por favor -imploré, y tú entendiste mis palabras pues agitaste la mano tan rápido que no vi el cuero restallar en el aire, sólo el latigazo sobre mí. Jamás pensé que llegaría a disfrutar de mi sexualidad de esta manera, me fascinaba jugar con él de esta manera, siempre era seguro, sensato y consensuado
Curvé la espalda, alejándome tanto como me permitían las esposas, que me mantenían colgado con las manos sobre la cabeza.
-Por favor -repetí.
-Calla.
Tu voz era otro latigazo que me agitaba por dentro.
-Por f...
-He dicho que te calles -insististe, pegando tu cuerpo al mío. Tomaste mi mandíbula para cubrirme la boca con tus grandes manos. Vi mi mirada asustada, implorante, reflejada en las luces y las sombras que anidaban en tus ojos. Clavaste tu codo en la parte baja de mi espalda, curvándola, mientras mantenías mi boca tapada.
Esa Navidad no necesité árbol, regalos, ni comida. Sólo tu calor, disfruté cada instante, tú me hacías sentir alguien en la vida, llenaste mi vacío y justo en esa fecha tocamos el cielo en un principio de redención.
Un nuevo golpe de la fusta, más bajo, rozando mis testículos. Un dolor eléctrico y gratificante recorrió mi cuerpo. Aspiré el olor penetrante de tu sudor y contuve un gemido contra tu palma cuando volviste a azotarme.
Con la mano fija en mi mandíbula, me giraste. Obligado a mirar el reflejo oscuro de ti, de nosotros, vi el calor monocromático, sentí la fiebre del negro de nuestros cuerpos sobre la pared. Mis piernas temblaron. La estabilidad era un difícil equilibrio, apenas mantenido por las esposas que me sostenían en el aire, con el pecho perlado de sudor y la espalda curvada. Siempre expuesto hacia ti.
Introdujiste dos dedos por la comisura de mis labios, abriendo mi boca. Y, al tiempo que clavabas la mirada en mi nuca, también lo hacía tu erección en mi interior. Sin preparativos, sin dudarlo un instante, con firmeza. Por primera vez me sentí en un estado donde sólo escuchaba dulces voces, donde una salvaje tormenta bramaba y miles de arroyos se deslizaban suavemente donde todo sonaba como una sinfonía circular.
De mi garganta escapó un grito acallado por tus dedos.
-¿Has hablado?
Yo negué con la cabeza, consciente del glande palpitante enterrado entre mis piernas.
-Eso me había parecido -añadiste, con la voz ronca.
Seguiste introduciéndote en mí, centímetro a centímetro, con los labios apretados. Las luces y las sombras de la habitación confabularon para dejarme ver el instante mismo en el que pegabas por completo tu abdomen a mis nalgas, y lo que faltaba en mí, de un tirón se amalgamaba. Una tortura visual, un paraíso doloroso. El cuero de tu ropa pegado a la piel sensible de mi cuerpo.
Tu mano derecha agarró con fuerza mi nalga, dejando sombras blancas allí donde tus dedos profanaban la luz clara de mi piel. Sentí cómo te clavabas con garras que me tomaban... Que me poseían, que me sometían. Y yo me entregué en cada embestida, en cada azote sobre la piel enrojecida, en cada dedo que introducías...hasta casi mi garganta.
Me agarré a la barra sobre la que pendían las esposas, apretando con fuerza para liberar a través de mis dedos el gemido que no podía, que no me permitías, gritar con la garganta. El borde de la fusta, lacerante y amenazador, recorrió mis vértebras una a una, desde la nuca hasta el lugar por el que te introducías en mí, y restalló con fuerza.
El gemido estalló contra el interior de mis labios cerrados. Esperé la recriminación por tu parte, pero el castigo llegó en las palabras del cuero, el lenguaje del latigazo, cada uno más fuerte que el anterior. Gemí de nuevo sin poder evitarlo y tu cuerpo entero se enfrentó a mí. Pude distinguir la sombra de la fusta en la pared una última vez, mientras aumentabas el ritmo frenético de tus caderas y marcabas tu mano en mi piel para que al final pronunciaras sutilmente...
-Feliz Navidad Butters