Kyle x Cartman

781 25 5
                                    



El espíritu navideño se apodera de noviembre, a más de un mes, las lucecitas se encienden, y los recuerdos familiares reaparecen en las mentes. Con algunas ausencias y nuevas presencias, otra navidad se acerca, otra navidad "empieza"; y por alguna razón, ciertas cosas pesan menos, otras pesan más, es tiempo de tristezas para unos, para otros de felicidad, es la magia de un tiempo diferente, simplemente la magia de la navidad con los mismos desafíos, con las mismas exigencias. Los sentimientos contienen tantas posibles expresiones que, a veces, son imposibles de descifrar. Por eso, la mayoría de las relaciones nunca son lo que parecen. O sí.

Ellos se quitan la ropa, los tapan las sábanas. Los labios de Kyle parecen hechos para los suyos, las manos robustas de Cartman parecen creadas para rozar al otro. Ambos cuerpos se combinan en una armonía secreta, una canción que nunca habían oído y que bailan como si la conocieran desde siempre. Y cuando el fuego que arde en sus cuerpos los completa, juntan sus brazos de nuevo, piedra junto a piedra, perfectamente cinceladas, para abrazarse la una a la otra hasta que el sol las despierta.

***

Abandona el abrigo en el perchero con un gesto cansado. El mismo de cada día. Cartman vaga por el salón vacío, hastiado por el día en la universidad. Abandona los zapatos en mitad del pasillo. Ya los recogeré luego, se dice. Y llega hasta el pequeño departamento para darle el beso de rigor a Kyle.

Abre la puerta con un ya estoy en casa naciendo en sus labios, pero muere en su boca cuando ve que la habitación está fría y vacía. El ordenador, apagado. Está a punto de llamarlo en voz alta, pero quizá esté en el baño, adivina para sus adentros. Sin embargo, no oye la ducha, el brillo de la luz encendida no brilla al final del pasillo. Hay una pequeña nota sobre la mesa.

En ella está escrito su nombre con la caligrafía apretada y enrevesada de Kyle. Junto a su nombre, sólo tres palabras, una hora y un lugar. Cartman no entiende nada y busca su móvil para mandar un mensaje, pero Kyle debe tener el móvil apagado porque no le llega.

Llevan demasiado tiempo sumidos en la rutina. Kyle y Cartman se van temprano y llegan tarde de la universidad; comen juntos sin hablarse con alguna sitcom en la tele, y después se acuestan, el uno junto al otro, abrazados como dos esculturas de mármol cinceladas bajo las sábanas. Sin poder separarse el uno del otro, sin tener calor que compartir en esa fría piel de piedra.

A Cartman se le encoge el corazón solo de pensar lo que significan esas palabras, así que decide irse a la ducha. Allí, si llora, no tiene que limpiar las lágrimas. Después, se arregla, preparado para el distanciamiento, y sale de casa dejando atrás la nota.

Por las calles observó un enorme pino en medio, un árbol luminoso de la Navidad, una cimera verde que daba claridad, alegría y triunfo en la tempestad, era ahora o nunca, tenía que enfrentarlo. Cuando llega al restaurante le duele tanto el estómago que apenas es capaz de hablar.

Se come bien, sin muchos lujos. Es el sitio que siempre elegían cuando tenían algo importante que decirse. Ahí fue donde Cartman le pidió a Kyle que se mudaran para estar juntos, y ahora Cartman temía que, en un alarde de poesía irónica y cruel, lo hubiera considerado como el mejor sitio para acabar los tres años de relación. «Las mejores historias son siempre las que acaban en el principio», esa frase suena a sentencia en la mente aterrada y caótica de Cartman.

Lo localiza en la mesa del fondo a la derecha, con la cabeza gacha y los ojos fijos en la pantalla del iPad. Llega hasta la mesa y se sienta; en sus labios una sonrisa se quiebra. Kyle levanta la mirada y sonríe, pero no le engaña: sus manos se mueven nerviosas.

-Tenemos que hablar -le dice Kyle.

Cartman se nota extraño, siente como si Kyle fuera un desconocido. Cartman no puede llevarle la contraria. Nunca ha podido, aunque su corazón se rompa un poco. Asiente, concede y se enjuga una lágrima antes de que esta baje por su mejilla.

-Por eso he pensado que esto... se tiene que acabar. Estarás de acuerdo, ¿no? -inquiere Kyle.

Cartman lo veía venir, pero en cuanto esa frase confirma sus sospechas no es capaz de mantener la compostura. El pecho le duele, los ojos le queman. El aire no entra ni sale de sus pulmones y, sin embargo, jadea al llorar.

-¿Qué te pasa, Cartman? -le susurra Kyle, aproximando su cuerpo. Y su simple roce duele y alivia, escuece y mitiga...

«Que vas a dejarme, que esto se acaba. Lo siento mucho. Te quiero aún más», quiere decir, pero las palabras no salen. Solo fragmentos inconexos que Kyle es capaz de interpretar y de reconstruir.

-No, ¡no! -sonríe y le limpia las lágrimas.

Le besa en los labios y Cartman se prende con ese beso, consciente de que el agua de la vida vive en la boca de Kyle.

-Te lo he dicho mil veces,Cartman: las mejores historias son siempre las que acaban en el principio.


***


Se quitan la ropa, los tapan las sábanas. Los labios de Kyle parecen hechos para los suyos, las manos robustas de Cartman parecen creadas para rozar al otro. Ambos cuerpos se combinan en una armonía secreta, una canción que habían olvidado y que escuchan como si fuera nueva. Y cuando el fuego que arde en sus cuerpos los completa, juntan sus brazos de nuevo, piedra junto a piedra, perfectamente cinceladas, para abrazarse la una a la otra hasta que el sol las despierta.

South Park - One Shots NavideñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora