A la luz de la luna

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El aire frío de la noche es implacable. No importa que vista una amplia capa de manta, el frío sigue provocándome escalofríos en la espalda. Por un momento considero la opción de dar media vuelta y regresar al pequeño poblado que encontré al pie de la montaña, pero rápidamente desecho la idea y sigo avanzando por la empinada senda rodeada de abetos con mi guqin a cuestas.

No puedo volver, esta vida de vagabundeos y búsquedas sin destino es mi castigo autoimpuesto por mi estúpida falta de valentía, de decisión; había decidido seguir, buscar aquellos puntos obscuros en el mundo y combatirlos, aparecer donde el caos se libere y ayudar para recobrar la paz. Tal vez de esta forma logré encontrarte.

Con mucha vergüenza debo admitir que, aún cuando hayan pasado trece años, ni un día he dejado de pensar en ti, en tus risas, en tus ojos, en tu molesta forma de haraganear y pavonearte frente a todos, en tus sutiles coqueteos hacia las mujeres lindas, esos que me llenaban de celos tontos e infantiles. ¿Por qué nunca te lo dije?, ¿por qué deje que la opinión pública me pesara más que mis sentimientos hacia ti? Wei Ying... ¿alguna vez tendré la oportunidad de decírtelo?

Una ráfaga de viento me azota el rostro y me obliga a regresar de mis cavilaciones. El viento viene cargado de un pesado olor a sangre y algo podrido.

—Alguien... por favor...

La suplica me llega desde la derecha, tal vez unos cuantos metros más adentro de los pinos que resguardan la senda. El viento pestilente también viene de allí.

No quisiera tener que pelear hoy, he hecho un viaje largo y me encuentro cansado y con ganas de sentarme en algún claro a tocar el guqin, pero de nuevo éste es mi castigo, es mi responsabilidad y no puedo huir de esto.

Agudizando los sentidos abandono la senda y me adentro de prisa en el obscuro bosque, tratando de encontrar el lugar exacto de donde procede la voz y ese olor nauseabundo.

— Aléjate de mí, por favor...

La voz no es más que un trémulo susurro cargado de miedo y desesperación pero, a medida que me acerco, el susurro se hace más claro y puedo distinguir que es un hombre joven el que se encuentra en apuros.

Es en momentos como éste en los que agradezco que el color de mi secta sea el blanco, ya que las túnicas refleja la poca luz disponible y me permiten avanzar rápidamente entre los pinos.

El viento sigue rozándome las mejillas y trae aún más sonidos... sonidos como... ¿gruñidos?

... ¿Cómo pude perderme tanto en mis pensamientos como para no notar una horda completa de cadáveres en la zona?

Redoblo la velocidad y pronto me encuentro llegando a un claro bañado con la luz mítica de la luna. Me detengo y observo. La escena frente a mí es muy clara: un joven envuelto en ropas negras se encuentra apoyado contra la corteza rugosa de un pino alto y frente a él hay varios cadáveres en distintos estados de putrefacción.

—Aléjate...

La voz del joven se escucha llena de miedo y desesperación, algo entendible ya que uno de los cadáveres se ha separado del grupo y ha comenzado a avanzar hacia él. De hecho, está demasiado cerca.

Sin perder más tiempo saco la espada de la funda y corro hacia el cadáver dando una estocada rápida a un costado de su estómago. Lo traspaso y con fuerza lo empujo a un lado posicionándome frente al pobre muchacho que se encuentra sollozando por el miedo. Con un rápido movimiento de la muñeca, libero a Bichen de aquel cuerpo que, al instante, comienza a rezumar sangre negruzca y apestosa. Pese a todo mi entrenamiento, un ligero malestar se presenta en mi estómago.

Algo que nunca diría pero que me ha sucedido desde niño es que al momento de percibir olores demasiado fuertes o desagradables las náuseas se apoderan de mí; esa parte de mi naturaleza ha prevalecido no importando los años que he pasado matando estas cosas.

— ¡Viene otro!

Con un pequeño gruñido de molestia me obligo a mí mismo a concentrarme. Teniendo a una horda completa de cadáveres atacándonos, éste no es un buen momento para perderme en mis cavilaciones, aunque eso parece sucederme cada vez más a menudo.

La horda se acerca a nosotros con movimientos lentos y espasmódicos. Me recuerdan a muñecos de madera sin articulaciones que trataran de hacer su camino lejos de la caja que los confina.

Guardo a Bichen en su funda, me adelanto un paso para evitar golpear al hombre detrás de mí y tomo de prisa el paquete que contiene a WangJi. Si sigo atravesando a esas estúpidas cosas me obligaran a devolver lo poco que he comido. Tomo la cinta que sella el guqin, la jalo y quito la manta que lo protege. Sostengo el instrumento con la mano derecha y comienzo a tocar algunas notas. Los cadáveres se han detenido, al momento. Cierro los ojos, toco algunas notas más y escucho cada cuerpo desplomándose entre la hojarasca del bosque.

El viento ha vuelto a soplar pero ahora, dando indulgencia a mi pobre estómago, trae la fragancia apacible y amable de los pinos.

Abro los ojos y rápidamente me inclino para tomar la manta y la cinta antes de que el viento me las robe. Mientras cubro a WangJi de nuevo me doy cuenta de que mi compañero no ha dicho ni pío desde hace un rato. Me doy la vuelta y para mi sorpresa, lo encuentro tirado al pie del árbol.

Una pequeña chispa de ansiedad se enciende en mi pecho ¿está muerto? Tal vez por culpa de mi desconcentración no noté que el joven estaba demasiado grave.

Con duda pongo el guqin de nuevo en mi espalda y me inclino a observar la figura negra y delgada.

Está de lado y debe medir unos ciento ochenta centímetros; no se nota muy fuerte y el rostro lo tiene cubierto por unos mechones largos de cabello negro.

Con algo de molestia adelanto la mano para apartar esos mechones. Nunca me ha gustado tocar a las personas pero, ésta es una situación seria. Cuando mis manos hacen contacto con el cabello noto que lo tiene lleno de tierra y sangre seca. Estoy tentado a apartar mi mano de ese sucio cuerpo pero sé que no puedo, no es correcto. Tomo una gran bocanada de aire y aparto el cabello, revelando un perfil lleno de contusiones y cortes, sangre seca y fresca...

¿Qué le ha pasado a este hombre?

Observando me doy cuenta de que la respiración del joven mueve la hojarasca frente a su rostro. Está vivo y saberlo alivia esa chispa de ansiedad dentro de mí. Y debo dejar muy claro que solo sentí ansiedad, por que la preocupación es un sentimiento más hondo que no he sentido en años más que para una sola persona.

Wei Ying... ¿Dónde estás?

El hombre frente a mi sigue inconsciente, pero tratando de hacerse un ovillo. Hace demasiado frío y no puedo dejarlo aquí en este estado.

Con un suspiro tomo al hombre del suelo y lo sostengo en brazos, cuidando que su sucia ropa no haga contacto con la túnica impecable de mi secta y comienzo el cansado y penoso descenso de la montaña.

Frío y Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora