Impostor azul y rojo

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— ¿Gusta algo más joven maestro? Toda la mercancía es fresca, la trajeron hace unas horas.

     — No. Voy a pagar por los dos cuencos de arroz y los seis panes. Deme la cuenta.

     — ¡Oh joven maestro! Usted no necesita pagarnos, puede llevarse todo lo que quiera —. La mujer me mira con emoción, casi con adoración, mientras sigue metiendo panes en la pequeña cesta que planea darme —. ¿Es usted un cultivador verdad? No sería correcto para nosotros el quitarle su dinero. Le estamos eternamente agradecidos por cuidarnos, todos los del pueblo.

     Ella ha estado metiendo panes en la cesta durante todo su discurso. Ya puedo ver un gran montículo sobresaliendo del mimbre.

     — Es mi trabajo.

     No sé cómo planea que me lleve la cesta llena de pan cuando las dos manos las tengo ocupadas por los cuencos de arroz  pero yo quiero irme. Ahora. La forma en que esta mujer me mira me hace sentir incómodo. Es como si yo fuera su salvador o un héroe caído del cielo. Está comenzando a molestarme.

     —… Claro joven maestro —. Me parece que ella esperaba una respuesta más larga. Se ve algo desilusionada, pero no deja de sonreír —. ¡Oh! Me parece que no podrá llevarse la cesta y la comida usted solo —. No me diga —. En un momento llamaré a mi hijo para que lleve la cesta.

    Ella se da la vuelta pero antes de que pueda gritar la detengo.

     — No es necesario —. Digo, tratando de que mi voz sea firme pero amable.

     — Claro que sí. Usted no puede llevarlo todo joven maestro.

     Estoy tentado a decirle que lo olvidé, devolverle el arroz y los panes,  y largarme de aquí para buscar otro puesto. Yo no quería una cesta completa, lo único que pedí fueron dos cuencos de arroz y seis piezas de pan. Podría haber llevado la cesta en el brazo sin ningún problema, pero ahora que ella la ha llenado, me sería imposible.

     — ¡Ya sé! ¿Por qué no me dice dónde se hospeda? Yo personalmente, le llevaré la cesta más tarde y también el arroz —. Me dice sonriente y triunfante.

     Yo no quería más que comprar un desayuno, llevarlo a la habitación, desayunar y darme un baño ¿Por qué tenía que complicarse todo? Tal vez solo estoy exagerando y sobreactuando. La mujer no tiene la culpa de que no haya dormido mucho y que tenga los brazos adoloridos por cargar a un hombre adulto durante dos horas.

     — Gracias. Me hospedo en la posada al final de la calzada principal.

     Le doy el arroz y ella lo recibe con una sonrisa enorme y con una ligera inclinación.

     — Una bonita posada ¿no es así? Le llevaré las cosas en dos horas.

     Después de darle un asentimiento, me retiro del pequeño puesto y camino entre las calles, los tenderetes y las personas que pasan, tratando de regresar a la posada.

      Son apenas las siete de la mañana. No mucha gente se levanta tan pronto aquí y lo agradezco. Las pocas personas que transitan por el mismo lugar que yo me observan con una mirada similar a la de esa mujer: la adoración, la emoción, y en algunos la curiosidad, se mezclan en sus ojos. La mayoría no se atreven a hablarme, se apartan cuando estoy demasiado cerca y bajan la mirada cuando se dan cuenta que los observo, pero algunos tienen la suficiente valentía para dedicarme un asentimiento o un saludo y llamarme “joven maestro”. Me hacen sentir incómodo. Ni siquiera sé por qué siguen llamándome “joven maestro”. Tengo treinta y tres años, tal vez no sea tan viejo, pero no creo que se me pueda considerar tan joven. Ese título es mejor para los jóvenes como Mo XuanYu o Lan SiZhui.

Frío y Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora