Valiente cobarde

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Me despierto con un sobresalto, con la respiración jadeante y con el rostro arrebolado. Rápidamente me levanto de la silla donde descansaba y ahí, parado en medio de la estrecha habitación, tomo la funda de la espada desenvainando a Bichen y escaneando la habitación, en busca de aquello que me perturbo el sueño.

... Que extraño… no hay nada.

Un poco más tranquilo, después de revisar dos veces con la mirada, me permito relajarme y devolver la espada a su funda. Miro hacia abajo, a mis botas, antes tan blancas como la nieve, que ahora se encuentran manchadas por la obscura tierra de la montaña; la bastilla de mis túnicas está igual. Levanto las manos y observándolas puedo notar que también están un poco cafés, la sangre seca se pega a mis palmas y…

Genial, tengo una erección.

Sé que he tenido un sueño agradable, hermoso. Estoy seguro de que estabas ahí pero, me siento confundido. No recuerdo mucho sinceramente. En mi mente aún se guarda la imagen borrosa de ti, alto fuerte y hermoso, parado al lado de mí; también recuerdo unas túnicas, grises y purpuras, con un loto de nueve pétalos bordado en el pecho pero, lo que más se aferra a mí (o a lo que yo me aferro más, no estoy seguro) es el recuerdo del calor que guarda tu cuerpo, de tu aliento embriagador, de tus labios, de tu carne…

¿Por qué me visitas en sueños? ¿Por qué me torturas si no estás dispuesto a responder a mi canción?

Con un suspiro largo y pesado bajo las manos y cruzo la habitación (gracias a los cielos mi erección se ha ido) hacia la pequeña ventana para observar las estrellas que quedan. No es muy tarde, tal vez las cuatro de la mañana. Creo que dormí tres horas. Bajo la mirada y observo la calle, adosada, pulcra y cuidada, que me ha conducido hasta esta pequeña posada.

No tenía intenciones de regresar. Mi idea era caminar un poco más, adentrarme en la montaña, buscar una cueva o un árbol fuerte y descansar un rato para poder seguir mi viaje hasta la aldea Mo, pero aquel hombre apareció y no podía dejarlo en el estado en el que está. Así que… aquí estamos, en una habitación sencilla y estrecha con un biombo pequeño, una ventana, un solo camastro, que en este momento ocupa aquel, y un juego de mesa y sillas sencillas donde puse mi guqin.

Realmente tampoco planeaba dormir, debo retirar las ropas del hombre, ver que tan grave es la situación y curar las heridas pero, al parecer mi cuerpo me ha traicionado.

Con un suspiro me alejo de la ventana y me dirijo al camastro donde descansa aquel manojo de ropas, tierra, cabellos y sangre.

Me doy cuenta de que suspiro demasiado últimamente. Sé que mi rostro se mantiene firme, sin emociones. Sería extraño que no fuese así ya que nunca deje que mis sentimientos se mostraran y me delataran, pero creo qué si mi hermano me diera un vistazo, me diría al instante que estoy deprimido. Y bueno ¿no tengo derecho a estarlo?

Observo por un momento, con ayuda de la luminosidad trémula de la luna, el trabajo que tengo por delante.

Acosté al pobre sobre mi manta de viaje para evitar manchar las sabanas así que me he quedado sin prendas para cubrirlo. Tal vez debería llamar primero al propietario para pedirle que compre ropas. No, mejor me aseguro que su ropa interior está en buenas condiciones para no hacer que el propietario haga viajes de más.

Con mucho cuidado y delicadeza pongo las manos sobre la cinta roja y delgada que ata su cinto negro en su lugar; deshago el nudo y con sorpresa y algo de molestia, me doy cuenta de que incluso el nudo tiene tierra ¿Pero qué hizo el hombre? ¿Arrastrarse en la tierra como lombriz?

Dejo la cinta a los lados y comienzo a jalar el cinto negro. El hombre comienza a quejarse y moverse. Retirándome unos pasos y a la espera de que se despierte, observo su rostro, un rostro deplorable.

Frío y Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora