María
El ruido del despertador me sacó de mis sueños en el quinto pitido. Giré todo mi cuerpo para intentar ver dónde estaba pero no reconocí nada de aquella habitación en mi primer intento. En un amago de levantarme, un terrible dolor de cabeza me hizo arrepentirme y volver a caer en la cama. Busqué el móvil para apagar el sonido tan horrible de una vez y, aunque no lo encontré entre las sábanas, sí lo hice en la alfombra. Miré la hora. Las 12:30. Mierda. Me levanté de un salto, cogí mi sujetador al lado de una cajonera, mis pantalones encima de un puf pero, ¿y mi blusa? Me puse a buscarla pero no la encontraba y llegaba tarde. Oí unos pasos y alguien empujó la puerta. Una chica morena con flequillo apareció y sus ojos miel se clavaron en los míos. Iba solo con una camiseta que le iba claramente grande y sostenía una taza en su mano. Su mirada bajó hasta mi sujetador. Yo me sonrojé y ella sonrío por el gesto. - Si buscas tu blusa, está debajo de la cama -dijo con una tranquilidad implacable y una sonrisa que no supe cómo tomarme.- Gracias -dije agachándome para cogerla.
Ella se sentó en un sillón beige que había cerca del armario, en una esquina de la habitación cerca de la puerta. Yo me giré hacia el otro lado, para poder abrocharme la blusa sin su mirada puesta en mí. Pese a llevar un tiempo haciendo esto me seguía sintiendo un poco incómoda. No por la noche, porque ahí nos descontrolábamos, pero sí al despertarme.
- ¿Te vas ya? -preguntó con no sé qué intención. - Sí -respondí un poco seca, pero la curiosidad me mataba, nunca me quedaba por la mañana-.¿Por qué?- Porque todavía es pronto...- dijo levantándose del sillón.
Dejó la taza en el tocador que había justo al lado y se levantó descruzando sus piernas, caminaba hacia mí con decisión. Era preciosa y atractiva a partes iguales. No podía resistirme. Imité sus pasos y nos quedamos a unos centímetros. Se acercó a mi oído.
- No debería haberte dicho donde estaba tu blusa -dijo en un susurro que hizo estremecerme.
Ella bajó su boca a mi cuello mientras sus manos deshacían mi trabajo de abrochar los botones de mi blusa, que cayó al suelo. Las mías recorrían su espalda y más tarde sus caderas. Nuestros labios se encontraron a la vez que un baile de cuerpos desordenado y apasionado caía en la cama. Ella arriba y yo abajo. Tras deshacerme de su camiseta y que mis pantalones desaparecieran, una hilera de besos desde mi cuello hasta mis braguitas grises lenceras me derritió entera.
- Carlota, por favor... -dije mientras perdía el control.-¿Qué?¿Paro? -dijo separando sus finos labios de mi piel. Sonrió pícara y así supe que quería jugar. Pero yo no podía permitirme el lujo de hacerlo ahora. Le miré suplicando y ella entendió el mensaje. Paso su lengua por mis muslos mientras me miraba. - Solo dime del uno al diez cómo es el sexo conmigo.
Le encantaba hacer eso y yo lo odiaba. Creo que esa una de las razones por las que a ella le gustaba. Sin embargo, no podía permitirme perder el tiempo.
- Carlota, te lo estoy pidiendo por favor -contesté irritada. Esa situación me superaba.- Pero no te pongas nerviosa, mujer -se rió, tranquila-. En cuanto me digas un número, sigo. - Un nueve -dije nerviosa mientras bajaba mi mirada hacia donde ella tenía casi su boca.
Sonrío para sí e hizo lo propio. Yo, por sus caras y sus gemidos, podría decir que también cumplí. Acabamos y nos quedamos en la cama con las respiraciones agitadas. Siempre al acabar fumábamos algún cigarro. Hacerlo con Carlota me dejaba cansadísima, pero sin duda merecía la pena. Nunca lo habíamos hecho por la mañana. Normalmente era en mi casa, por eso al principio no había reconocido esta habitación, aunque la resaca no ayudó. Por la mañana se suele ir, a veces se ducha si no tiene prisa. Casi nunca desayunamos, preferimos separarlo de la vida cotidiana. Es solo sexo.
Carlota No entiendí por qué un nueve. No tiene importancia pero se me quedó como una espinita. Me quedé pensándolo un rato. Me fumé dos cigarrillos mientras le daba vueltas. Ella también fumaba y pensaba en sus cosas. No hablábamos mucho de nuestra vida, lo único que nos habíamos contado era que estábamos solteras. Lo que más conocíamos la una de la otra eran nuestros cuerpos, además de eso solo sabía que teníamos en común la música. Nos conocimos en un casting para un programa de televisión. Llegamos hasta el final, pero no nos cogieron a ninguna de las dos. Esa noche salimos todos los que habíamos ido al casting a cenar. Me había fijado mucho en ella, su pelo oscuro ondulado, sus ojos entre marrones y verdes, en sus labios... Se palpaba cierta tensión sexual entre nosotras, aunque al principio no le di demasiada importancia. Después de la cena me llevó a su habitación y así comenzó nuestra extraña relación.
Me vino a la cabeza otra vez el nueve. ¿Cómo podría conseguir ser un 10? No era una competición, lo sabía, pero me había picado. Me giré hacia ella y vi que estaba mirando hacia la ventana y expulsando el humo hacia el lado contrario a mi cara.
- ¿Por qué nueve? -pregunté de golpe. - ¿Cómo? -devolvió la pregunta extrañada.- ¿Por qué antes has dicho que yo era un nueve en la cama? -aclaré yo y ella se rió-. ¿De qué te ríes?- No me puedo creer que te hayas picado -y siguió riendo.- No me he picado -mentí, pero en seguida rectifiqué-. Quizá un poco, pero es que no lo entiendo.Me incorporé en la cama para verla mejor y ella copió el movimiento.
- He dicho nueve porque creo que nada nunca es un diez, no porque no me guste - se explicó.
Yo asentí y la miré fijamente. Me paré en sus ojos, eran tan diferentes de los que me miraban mientras nos acostábamos que me costó reconocerlos. Me gustaron más que los que me suplicaban que siguiera. Me di cuenta de que llevaba mucho tiempo observándola porque levantó las cejas. Inhalé el humo y lo eché en su boca para disipar la atención. Sin embargo, nos miramos durante un momento sin saber muy bien qué decir, hacer o pensar.
