Epílogo

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Diez años después...

Carlota

-Esto no sirve, alarga demasiado el final de las frases y eso lo descoloca todo, llega tarde al siguiente compás y al final de la canción se alarga casi veinte segundos más solo por eso. No puede ser -dije cabreada.

Ahora trabajaba de directora productiva musical en una muy famosa discográfica. Tenía ciertas responsabilidades importantes y muchas horas en el estudio, pero merecía la pena sin duda.

Justo en ese momento sonó mi teléfono. Sonreí a la pantalla.

-Hola cariño - fue lo primero que escuché nada más descolgar.
-¿Cómo estás? -dije yo saliendo del lugar de grabación y cerrando la puerta.
-Todo perfecto, solo era para preguntarte si te queda mucho en el estudio.

Miré mi reloj y me di cuenta de la hora que era realmente, las diez y poco. Era tarde, y como había que volver a grabar todo decidí mandar a casa a todo el mundo y la semana que viene empezarlo otra vez. Yo hice lo mismo y al mando de mi coche nuevo conduje hasta casa.
Confieso que fui más rápido de lo normal pero todo era porque en casa me esperaba lo mejor que tenía. Mi familia.

Nada más atravesar la puerta un olor a sopa me inundó las fosas nasales, unas patitas corriendo hacia mí me inundaron de felicidad.

-¡Mami! -gritó corriendo más rápido.
-Bichito, ven aquí.

La cogí en brazos y le di mil besitos por toda su cara. Era una maravilla la sensación que eso me daba.

-¿Y para mí no hay besos? -dijo la voz de mi mujer.
-Claro que sí, todos los que quieras, mi amor.
-Ugg, yo mejor me voy -dijo la pequeña de la casa.

Yo la dejé en el suelo y me aferré a las caderas de la mujer más preciosa que había visto. Sonreía todo el tiempo, como si eso fuese posible en la vida real, pensé yo hacía ya unos cuantos años. Nos besábamos con amor, con cariño, con calma, disfrutando del momento. No era nada sexual, simplemente lo necesitábamos. Tras unos segundos nos separamos.

-Me sigues encantando como el primer día -añadió ella dejando un último pico en mi boca.

Cada día me enamoraba más de ella y no me importaba. Era tan especial.

-Venga, vamos a cenar que es tarde. ¿Ale ha cenado ya?
-No, quería esperarte y ya sabes que es igual de cabezota que tú, así que no he podido hacer nada.
-Ahora será culpa mía ¿no? -pregunté riéndome.
-Un poquito solo. Cámbiate y cuando bajes avisa a Ale de que ya está todo.
-Qué guapa eres -dije mirándola. Me encantaba mirarla. Era guapísima.
-Y tú qué boba, anda venga que se hace tarde.

Reí ante su manera de meterme prisa tan sutilmente.

Me cambié y toqué en la habitación cuya puerta estaba adornada con "Ale" en letras de madera. Pero nadie me contestó, abrí la puerta poco y comprobé que no había luz y que mi hija no estaba ahí. La casa era muy grande y podría estar en cualquier parte. Crucé toda la parte de arriba de la casa y no la encontré. Me mosqueé porque siempre solía estar por ahí. Bajé y comprobé que no estaba en el baño, ni en el salón, pero justo oí un ruido procedente de una de las habitaciones de abajo.

Fui hacia allí y abrí la puerta de mi pequeño estudio. Encontrando a Ale tocando una de mis guitarras, concretamente la primera guitarra acústica que tuve. Le guardaba mucho cariño y por eso nunca me había desprendido de ella.
Ver la imagen de mi hija tocando mi guitarra me produjo mucha ternura. No se había dado cuenta de que yo estaba en la puerta por lo que su cara de concentración no cambió.

Me acerqué a ella lentamente y me senté en el suelo junto a ella. Hacía sonar las cuerdas sin mucho sentido pero con algo de ritmo. Cuando se concentraba sacaba la lengua fuera. Igual que su madre. Todo se pega. Reí hacía mis adentros con ese gesto tan tierno.

-Mami -dijo una voz dulce que me sacó de mis pensamientos.
-Dime, cariño.
-¿Me enseñarás a tocar la guitarra?

Su mirada suplicante y un puchero dibujado en su boca me obligaron a reírme. Cuando quería algo siempre ponía esa cara. Igual que su madre. Volví a reír para mí.

-Claro, pero mamá también puede. Pídeselo a ella que le hará más ilusión.

La pequeña asintió lanzándose a mis brazos.
Yo respondí dejando un beso en lo alto de su cabeza.

Poco después, la cogí bien por debajo de los brazos, la coloqué bien y me levanté, cuando ya estuve de pie con ella la coloqué en el suelo.

Ella me miró sabiendo lo que iba a hacer, y sonrió. Yo solté una risa.

-Tres, dos, uno ... -no pude acabar la frase porque salió corriendo en dirección a la cocina. La carrera había empezado y yo ya iba perdiendo.

Corría detrás de mi hija, pasando todo el pasillo de la planta baja de mi casa, llegando al salón y, rodeando el sofá, en diagonal a la cocina.

-¡He ganado yo! -gritaba la pequeña nada más llegar a la cocina.

No me lo podía creer, ¿cómo me podía haber ganado mi hija de seis años recién cumplidos?

-¿Qué has ganado exactamente? -dijo mi mujer llegando a la cocina.

En ese momento creí que me iba a caer la bronca así que dejé que fuera la pequeña quien lo desvelase.

-La carrera, mami es muy lenta -añadió eso último con una risilla.
-¡Bieen! Choca -dijo María entre risas con la pequeña.

Pero contra todo pronóstico, mi mujer lejos de enfadarse se puso eufórica por mi derrota.

-No no, yo no soy lenta es que tú eres una tramposa -me defendí.- Y ¿cómo que choca? ¿Tú de qué parte estás?
-Mi amor, no te enfades -dijo muy alegre.- Te quiero.

Se acercó lentamente y dejó un beso en mis labios. Y en ese momento entendí que era todo lo que necesitaba para ser la persona más feliz el mundo. Mi familia.

Pensé que todo eso no sería posible si dentro de nuestros planes no hubiera estado arriesgarse.

ArriesgarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora