Carlota
Habían pasado cinco días desde que estuve en la casa de la madre de María y había conocido a su familia. No había sido una presentación de pareja, ni mucho menos, pero en esos días pensé que no me hubiese importado. No tenía ni idea de lo que pensaba María. De hecho, dudaba que pensase algo respecto al tema. Al fin y al cabo, solo había ido a por una guitarra y me había ido. Aún así, no me había escrito en esos días. Hacía tres que yo le había mandado una invitación para quedar a tomar algo, pero me había respondido que estaba muy liada con el trabajo. Me sonó un poco a excusa porque no recordaba que tuviese tanto follón en el curro, pero tampoco le presioné.
Fue ella la que me escribió ofreciéndome vernos esa misma mañana. No tenía mucho que hacer así que accedí. Fuimos a tomar un brunch a una terraza en Malasaña. Llegué muy puntual y por eso mismo no esperaba encontrármela sentada. Recuerdo mirarla antes de llegar a la mesa. Llegaba puesto un vestido verde de satén corto y unas alpargatas crudas, iba guapísima. Recuerdo, también, que unas gafas negras descansaban sobre su cabeza, sujetándole el pelo.
- Hola -saludé acercándome a la mesa.
No esperaba que ella se levantase a darme un beso, nunca antes lo había hecho. Dejo un pico en mis labios y acompañó mi cadera con su mano para que me sentase a su lado. Me sonrojé levemente por el gesto, aunque supe disimularlo gracias a la camarera que se acercó para preguntar qué íbamos a pedir. Yo, que ya había estado ahí antes, lo tuve claro enseguida y ordené un par de tostadas con aguacate, un zumo de naranja y un café con leche con hielo. María no sabía muy bien qué pedir y le recomendé un bol de fruta y yogur y el zumo de fresones. No dudó en hacerme caso y concluimos la comanda.
- Tiene buen pinta lo que me has recomendado -dijo ella rompiendo el hielo.
¿Rompiendo el hielo? Ni siquiera sé si era un hielo o un glaciar. Estábamos más tensas que la primera mañana que nos despertamos después de acostarnos.
- Sí, está riquísimo. Yo soy más de tostadas que de fruta por la mañana. Además, el bol que te has pedido lleva kiwi y no me viene bien tan pronto...
Ella rió confundida, sin entender lo que le había dicho.
- Ya sabes... -empecé a explicar-. El café... El kiwi... Por la mañana -dejé caer.
Sin embargo, ella parecía no avanzar en su comprensión.
- Hija, pues que me cago si me tomo todo eso por la mañana. Y si fumo ya, ni te cuento.
Ella rompió a reír y yo la miré incrédula, pero contenta. Me gustaba oír su risa, me gustaba hacerla reír. El hielo, o el glaciar, ya estaba roto.
- No me puedo creer que estemos hablando de esto -dijo mientras seguía riéndose.
- Es verdad que no es el mejor tema de conversación para desayunar, pero son cosas naturales.
María continuó riéndose unos segundos más mientras yo la miraba. Era guapa con ganas, eso había que reconocerlo. Aún así, nunca me había fijado en lo mucho que achinaba los ojos cuando estaba contenta.
- ¿Qué tal estos días? -dijo ella bebiendo el zumo que ya nos habían traído.
Pensé en cómo había estado esos días. Me vino a la cabeza "rallada", "pensativa", "dudosa", "expectante", "dubitativa", pero respondí "bien, tranquila". Ella me dijo que se alegraba y que había sentido no poder quedar, que había estado con mucho lío de cosas. Le disculpé sin problemas.
- Le caíste muy bien a mis hermanas. Bueno, y a mi madre, claro. A mi madre también -dijo ella con cierto nerviosismo.
- Ellas a mí también, aunque no hablamos mucho -dije mientras mordía la tostada.
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