Solo dormir

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Carlota 

Me quedé mirando al suelo hasta que María me sacó de mi trance con un chasquido que resonó en mi cabeza. Por la cara que puso María lo confirmé, mis ojos me mostraban aterrada. Las lágrimas amenazaron con salir y tomaron el control de mi cuerpo. Empecé a llorar como una niña pequeña y la pelinegra me abrazó, nunca lo había hecho antes pero fue cálido. Me sentí segura en sus brazos. Tras unos segundos en los que me dio tiempo a calmarme, ella no quería soltarme. 

- Tenemos que irnos, por favor  -murmuré en su cuello. 

María me miró perdida. Yo insistí.

- Ya, por favor. 

Ella pareció volver en sí y afirmó rápidamente, sacándome de esa calle. 

- Claro, perdona, vámonos. 

Caminamos unos minutos hasta llegar a su portal, donde me abrió la puerta empujándola con el pie. Fue un gesto pequeño, diminuto, pero me hizo sentir en casa, segura, protegida. Sonreí tímidamente ante el gesto. Ella entró y cerró la puerta en silencio. 

- ¿Dónde puedo dejar la chaqueta? -pregunté con un hilo de voz.

María se giró para mirarme, el ambiente estaba un poco tenso. Era la primera vez que nos encontrábamos en una situación así, no sexual.  

- Trae, déjame a mí -dijo cogiendo la chaqueta que yo había sostenido hasta el momento y colgándola en el perchero de la entrada-. Que no se te olvide luego. 

Afirmé tímida que recordaría cogerla al salir. 

- ¿Qué quieres cenar? -preguntó, y creo que es la primera vez que me hacía esa pregunta.

Me pilló tan por sorpresa que no supe qué decir. 

- No hace falta, María. 

-No te preocupes -dijo ella interrumpiendo-. Sí hace falta. 

Sonreí y la seguí hasta la cocina. 

- Vale, pues entonces cualquier cosa que tengas. 

Abrió la nevera y no había nada más que un limón, dos yogures, leche, cervezas y tres tomates pochos. María se rió al ver el panorama. 

- Casi mejor pedimos algo -dijo ella haciéndome reír. 


María 

Nos sentamos en mi sofá, entramos en la app para ver qué nos apetecía y decidimos que íbamos a pedir hamburguesas. Mientras yo llamaba, ella fue poniendo las bebidas y las llevé al salón. Volvió a la cocina pero está vez yo fui unos segundos después. Me senté en la encimera dando un trago a mi cerveza, ella me miró tranquila, alegre. Nunca me miraba así y me gustaba. Se acercó y metió su cuerpo entre mis piernas colgantes, yo junté mis pies rodeando así su cintura. La única vez que habíamos hecho esto antes, había sido en un calentón en la cocina. Sin embargo, este momento era muy distinto, nos mirábamos y sonreíamos, pero era suficiente. 

- Eres guapísima -murmuró Carlota mientras me miraba con los ojos brillantes.

Sonreí y mis mejillas se encendieron. No me esperaba su comentario. Su mano acariciaba mi pómulo lentamente. Pasó el dedo índice por encima de mis labios y yo le di un pequeño beso. Estaba calmada y quería salir de dudas de una vez por todas. No sabía si debía aprovecharme de la Carlota que tenía delante, tan desnuda, tan pequeña, tan indefensa. Me lancé a preguntar por puro instinto. 

ArriesgarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora