X: Silencio.

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Doce horas.

Habían pasado doce horas desde que Jungkook despertó en el suelo de la sala.

No estaba seguro de la hora real, sin embargo. La información que conocía era debido al pitido que resonaba por el callejón cada —según pudo suponer— sesenta minutos. Un pitido demasiado agudo y chillón. ¿Cuál era el fin de avisar de aquello? No tenía idea. Pero probablemente tenía que ver con las horas de trabajo de la gente en el lugar donde estaban.

Pasó casi la mayor parte del tiempo pegado a la ventana. Observando, familiarizándose con su entorno. De vez en cuando pasaba la lengua por el agujero en sus encía, allí donde antes solía encontrarse una de sus muelas. Pero volvía a concentrarse en el exterior rápidamente. La gente en ese lugar sólo ocupaba uniformes negros, y eran en su mayoría jóvenes. Y solo se movilizaban a ciertas horas.

Hombres y mujeres. Incluso habían chicos demasiado jóvenes. Casi niños. Tenían el cabello corto, y quiénes lo usaban largo, se aseguraban de amarrarlo firmemente. No parecía que hubiese más gente alrededor de la calle cuando los uniformados se iban. La calle se volvía silenciosa y aburrida.

Jungkook vagó por el pequeño apartamento, dando vueltas cincuenta y dos veces.

Habían siete grietas en la ducha, una mancha de sangre que jamás salió del suelo junto al inodoro y la manilla de la puerta era bastante terca. En la diminuta cocina, sólo existía un juego de loza para dos personas y un botiquín de primeros auxilios básicos. Habían dos ollas, y dentro de la caja de suministros que se encontraba a un costado de la puerta principal —junto a un montón de ropa color blanco que supuso era para él— había comida enlatada y deshidratada. Cuando su estómago rugió, aproximadamente seis pitidos desde que se levantó, se dispuso a hacer algo para almorzar.

Dos platos de garbanzos, una papa cocida en cada uno y una pechuga de pollo que no había logrado hidratarse por completo. O quizás sí. Jungkook no estaba seguro. Nunca había probado algo que no fuera fresco.

Comió con el ceño fruncido mientras miraba el plato frente a él. Jimin no había dejado la habitación en todo ese tiempo, y de hecho, apenas había hecho ruido. Lo había dejado sin cama, pero era comprensible. Ninguno de ellos confiaba lo suficiente en el otro como para siquiera dejar su espalda desprotegida. De hecho, Jungkook solo sabía que no estaba muerto porque si se concentraba, podía escuchar su respiración. Todo se escuchaba en ese callejón desolado.

Cuando decidió que el Omega no tenía que morir de hambre mientras él viviera ahí, fue a tocar a la puerta.

— ¿Qué sucede? —La voz de Jimin se encontraba relativamente cerca. Quizás ya se había levantado.

—Hice almuerzo. O intenté. Tengo tu plato aquí.

El silencio se instaló entre ambos y la puerta se abrió un par de segundos después.

Jimin tenía el cabello rubio desordenado y los ojos hinchados. Sin embargo, se encontraba sin camiseta y al parecer, cambiando sus vendajes. Tenía una enorme venda blanca cruzada a través del pecho, exponiendo sólo sus clavículas y la herida del brazo. Jungkook desvío sus ojos de la piel ligeramente tostada hacia la cama, mientras su lobo despertaba y casi podía sentirlo moviendo la cola. Un botiquín abierto y varias agujas yacían sobre la colcha.

— ¿Necesitas ayuda con eso? —Preguntó.

—No —Jimin extendió el brazo bueno y tomó el plato de sus manos. Olisqueó la comida y se encogió de hombros antes de cerrar la puerta en la cara del Alfa.

Jungkook suspiró. Entendía su condición como rehén allí. Había tenido que jurar frente a la especie de cámara militar, donde reconoció a Jiyong y a Seokjin, que cooperaría. No es que tuviera muchas opciones, pues habían amenazado con asesinarlo allí mismo. La vida de Jimin les pareció importante, pero creían tener el avance tecnológico suficiente. Aún no terminaba de comprender el cómo habían logrado tanto.

Detestable |KOOKMIN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora