Capítulo 18

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Deslizó los dedos sobre la suave y sedosa superficie en la que se encontraba. El lejano sonido de música clásica llegó relajantemente a sus oídos. Movió el rostro en busca de un lado más fresco.

Arrugó el entrecejo cuando notó la luz del día impactar contra sus párpados. Sentía el cuerpo muy pesado como para girarlo, pero buscando la comodidad para seguir durmiendo, viró apoyándose sobre sus hombros; y ahí sintió el verdadero dolor.

—Auch —jadeó incorporándose para que la piel de sus hombros no rozara con nada. Apretó los ojos acostumbrándose a la luminosidad. Unos rápidos parpadeos la espabilaron.

Reconoció de inmediato la habitación de Luka.

Su mente evocó automáticamente todo lo vivido la noche anterior.

Miró sus brazos y frunció los labios ante la indignación y dolor de verlos llenos de pequeños cortes provocados por los vidrios fragmentados de las ventanas del vehículo.

Miedo, frustración, vergüenza e impotencia llenaron su sistema.

Antes de que se levantara en busca del peliazul, este entró en la estancia con una bandeja llena de frutas, pan y jugo más una botella de agua. 

—Buen día, cielo —saludó acercándose mientras tomaba de la bandeja unas pastillas—. ¿Qué tan mal te sientes? —inquirió tomando la botella y tendiéndosela. La preocupación camuflada con una sonrisa tranquilizadora era visible. 

La rubia hizo un puchero—. Me duele todo, así que no es un buen día —farfulló acomodándose en la cama.

—Lo sé, hermosa, por eso traje esto. Anda, trágalas, te sentirás mejor en unas horas —ofreció las pastillas.

Chlóe hizo un mohín de desagrado. Odiaba los medicamentos. Eran asquerosos. Sin embargo, los tomó.

Luka le tendió la bandeja con el desayuno. La rubia aceptó, aunque no tenía mucha hambre.

De repente, una alarma se encendió en la cabeza de la fémina.

—Dime que no le dijiste a mi papá —lanzó lastimera mirándolo entre asustada y preocupada.

El moreno se tensó un poco, pero ella no lo notó.

Le devolvió la mirada—. No, no lo hice. Me odiaría si supiera que te expuse de tal manera —admitió rascándose la nuca.

—Gracias al cielo... —exhaló aliviada—, de lo contrario no me dejaría salir jamás de aquí y me pondría diez mil guardaespaldas —alegó haciendo fruncir el entrecejo al peliazul—. Y tú no disparaste, así que no fue tu culpa.

—¿Piensas seguir saliendo después de lo que pasó ayer? —inquirió incrédulo y ceñudo.

Chlóe no bajó la mirada y enarcó una ceja.

—Tendré más cuidado y no me alejaré de ustedes —respondió escéptica—. ¿Tienes una idea de lo que sucedió ayer?

El moreno apretó la mandíbula contando hasta 10.

—Chlóe, ¿puedes dejar de pensar con tu orgullo un momento y hacerlo con la cabeza? —soltó enfático, como quien le habla a un niño pequeño.

La fémina notó ese tono y dejó la comida a un lado mirándolo indignada.

—¿Qué demonios quieres decir con eso, Couffaine?

—Quiero decir, Bourgeois, que según creen fue un frustrado intento de asalto, que al verse siendo "desenmascarados" por alguien le dispararon a diestra y siniestra —espetó ajustándose la venda en su mano derecha. La rubia quiso hablar, pero se adelantó—. No se llevaron absolutamente nada del banco, Chlóe, fueron directo hacia ti. Y tú y yo sabemos el porqué. Ellos son los que amenazaron a tu padre. Te tienen en la mira, acechando tus pasos, ¿y quieres seguir modelando por las calles?

Mi ruidoso vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora