Epílogo

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Epílogo

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15/01/20XX

Aquí estoy de vuelta.

Y hoy es especial.

Porque después de todo este tiempo juntos, he decidido que esta será mi última carta.

Lo acepto, sí, al principio creí que la sugerencia de Paola de escribir mis pensamientos en papel y luego quemarlos para exorcizar mis demonios era una completa estupidez y contaminación innecesaria del planeta.

Pero aquí estoy.

Escribiendo la última carta de las decenas que he escrito en los últimos dos años.

El proceso no fue nada fácil. Eso ya lo sabes.

Has tenido inscrito en cada carta las lágrimas, iras, tristezas, alegrías, mis subidas y bajones, todo. Todo lo que he experimentado a lo largo de mi propia superación.

Nada fue mi culpa. Eso ya lo tengo claro.

Me he arrepentido de muchas de mis acciones pasadas y pude pedir perdón a las personas que en verdad hice mucho daño. Y sí, básicamente esa lista se resume a Sabrina, ¡pero ya no ignoro a mis ex compañeros de clase cuando paso por sus lados en la calle!

Sí, sí, lo sé, no a todos.

Pero no puedes culparme cuando Dupang-Cheng es una maldita--

Bueno, eso no viene al caso.

Como decía... Sabrina, sí. En definitiva tengo que admitir que ella fue uno de los motores que me llevó a progresar. Sabes lo mal que estaba, y lo peor que me puse luego de salir de esa estación de policía. El día en que ella me miró a los ojos y se echó a llorar cuando me escuchó disculparme con ella, es un día que nunca olvidaré. Porque ella lo hizo primero. Disculpándose casi de rodillas por las acciones de su descarriado progenitor. Como si ella hubiese tenido la culpa. Es un poco vergonzoso recordarlo ahora, pero ese día ambas nos echamos a llorar como Magdalenas entre abrazos y balbuceos mocosos. Estoy segura que Adrien tomó una foto a escondidas. Ese idiota de cara bonita.

Ese fue el primer paso.

No quiero recordar mucho sobre el juicio porque sigue siendo un tema muy incómodo para mí.

Nadie lo sabe. Ni Adrien, ni Sabrina.

El secreto sigue guardado entre el huérfano de los ojos grises y yo.

Ellos... fueron sentenciados a 45 años por todos los cargos y pruebas en sus contras.

No sé si el poder de mi familia y la de los Agreste influyó. Lo más probable es que sí.

Nadie le creyó al castaño. Nadie lo hizo con mi negativa a sus palabras.

La mirada escrutadora que me lanzó Adrien cuando escuchó las palabras nerviosas y exacerbadas del castaño me puso ansiosa. Pero pude manejarlo detrás de escenas.

Lo que creo que jamás olvidaré fue la mirada burlona del oji-gris, como si se hubiese anticipado a todo esto.

Ese idiota. Me molesta saber que aún comparto algo con él.
Sé que fue una decisión estúpida.

Mi ruidoso vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora