Capitulo 1. ¡Nadie a cruzado el Gigante en cien años!—Eliza, despierta, ya vamos a aterrizamos —dice una voz, luego siento una sacudida en mi hombro. Abro los ojos perezosamente y miro por la ventana. Aún adormilada, proceso que todavía estamos volando, pero la voz de una mujer, que deduzco es la azafata, avisa que pronto aterrizaremos y pide que nos abrochemos los cinturones de seguridad.
Cuando me despierto por completo, el pánico me invade. Por la ventana ovalada que está mas allá de mi madre, miro lo que debería ser una gran visión. Hay manchas blancas sobre azul que deberían ser nubes en el cielo. Irracionalmente me aterra.
«¿Y sí el avión se cae porqué falla la electricidad?».
Siento una presión en el estómago, se comprime por las náuseas.
«¿Y si el piloto muere o es asesinado de repente?».
Mamá me pasa de ningún lado una botella de agua. La apoya en mis labios y trago por instinto.
«¿Y si un terrorista toma el avión o alguien puso una bomba?».
Todo da vueltas. Hay una sacuda y alguien da un gritito, probablemente yo. Sé que el avión está cayendo aunque mi madre me asegura que no.
El aterrizaje se me pasa en un borrón de pánico y terror, pero también en un mar de lágrimas y arrepentimiento. Recuerdo cada cosa mala que hice y todo lo malo que me hicieron. Cada cosa que debí hacer y no hacer. Cada error y fallo, pero también cada pequeña felicidad.
«Es realmente perturbador lo que pasa por tu cabeza cuando crees que vas a morir», pienso mientras veo las maletas pasar por una cinta. Me estremezco de recordar el avión tan pequeño, a comparación con los otros en la pista, y lo aterrador que es. No hay manera de que vuelva a subir a uno.
Tomo mi maleta azul cielo y mi madre se desespera cuando la suya no llega enseguida de la mía. Luego de un par de horas en el aeropuerto tomamos un taxi hasta el pueblo donde vamos a vivir. Alguien debió de tomar la maleta de mi madre porque no la encontramos. Dejaron que fuéramos al día siguiente para ver si la persona que se equivoco regresaba la maleta.
Es una hora veinte con cuarenta segundos, según el cronómetro de mi teléfono, en auto hasta el precario pueblo, pero nuestra nueva casa esta en el lado opuesto que la entrada del pueblo, eso agrega otros diecinueve minutos con veintiocho segundos. Siendo más de media noche no es como que pueda ver por la ventana y distraerme, tampoco es que tenga amigos a los que contarles mi casi muerte.
Me sorprendo estando tan cansada del vuelo. No hice más que dirimir pero se siente como si huera corrido todos los kilómetros que recorrió el avión. Duermo en un sillón polvoso e incómodo por unas horas. De no haber estado tan asustada aún por el avión, quizá hubiera dormido en el taxi.
Un molesto traqueteo interrumpe mi sueño sobre pájaros gigantes peleando con aviones. Intento girar en una posición más cómoda, para retomar mi sueño y saber si el pájaro puede atravesar con su pico el metal del avión, pero siento una breve sensación de vacío aturdidor y luego algo duro choca contra mí de la nada. Mis ojos se abren al instante y un grito ronco sale de mí, a la vez que mis manos se aferran a lo que encuentran primero.
—¡Eliza! —La voz preocupada de mi madre y el traqueteo llegan a mi cerebro rápidamente, pero tardo en darme que estoy en el suelo porque me caí del sofá—. Eliza, ¿qué haces en el suelo?.
Me levanto con ayuda de mi madre. Hay una arruga de preocupación en su frente, la única de toda su cara.
—Me caí —respondo un poco avergonzada. Luego reparo en su ropa—. ¿Vamos a salir?.
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Más que sólo Mates
WerewolfElla es una humana. Él es un hombre lobo. Ella es curiosa. Él es un misterio. Ella acaba de salir de una mala relación, no busca otra. Él acaba de conocer a su lobo, no busca a su Mate.