Capítulo 3. Esto no puede ser normal.

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Capítulo 3. Esto no puede ser normal.

Perder cosas es algo de lo más normal. Toda persona lo ha hecho, quizá con un objeto, un recuerdo, un sueño, etc., pero ¿quién pierde a su mascota/paciente de dos días?

—Sólo una tonta —me contesto. Termino de atarme la agujeta a toda prisa y salgo de mi habitación sin tender mi cama siquiera. Bajo las escaleras corriendo pero me sujeto de la barandilla por su tropiezo.

En la mesa de la sala hay una nota de mi madre.

Me fui a ver que tal el hospital nuevo no se si tendre que quedarme pero en el refrigerador hay comida congelada

Si ella supiera que olvide en el bosque al conejo que tanto le gusto y en el cual se gasto tanto en su veterinario, una de dos, o se enojaba o se sentía decepcionada. No sé cual es peor pero tampoco quiero averiguarlo. Debió imaginarlo de todos modos, que acabaría echándolo a perder, porque nunca en la vida había cuidado ni de una planta.

Mis pies caminan energéticamente por el patio trasero y mis manos abren la puerta de metal con ansiedad. Y no es hasta que esquivo árboles por un camino desconocido que me paro, metafóricamente, a pensar en qué rayos estoy haciendo. 

No conozco el lugar. El conejo ya debió haber sido comido por algún animal, debido a su herida, o se escondió en alguna madriguera. Ayer había un chico extraño y un enorme lobo. Ahora si mis pies detienen su movimiento.

«Había un chico... peculiar». 

Era muy apuesto con sus ojos verdes brillantes, su cabello castaño y su cuerpo definido. Me recargo en un árbol cercano porque me tiemblan las piernas de recordarlo. Pero lo más extraño fue su comportamiento protector, ¿qué desconocido se pone entre un animal enorme y feroz y tú? ¿o es normal en este pueblo? No puede ser normal, pero ciertamente ese desconocido no lo es tampoco. Me recorre un escalofrío.

El lobo era enorme. Del tipo que describen las películas más terroríficas. El tipo de bestia que inspira pesadillas y te hace revisar cada sombra que se distingue desde tu ventana por la noche. El tipo de bestia que te hace orinar de miedo. El tipo de bestia que te heces desear creer en un dios sólo para poder rezarle por tu vida, o por tu cordura.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta de lo tonta que he sido. Veo muchos árboles con troncos delgados o muy gruesos, todos protegidos por ramitas que rasguñan la piel. Veo la demás flora, plantas y hiedra, que no sé cuantas son venenosas. Veo las rocas que parecen filosos y las raíces salidas que prometen hacerme tropezar contra ellas si me descuido un poco. Pero lo que me parece nas preocupante, veo, quizá parte de mi paranoia, un montón de animales, enormes, peligrosos, salvajes, asechando entre las sombras que proporcionan los altos árboles.

«¿Qué tipo de animales hay en un bosque? ¿hay panteras, jaguares, osos, serpientes, además de los lobos? Quizá en un bosque..., ¿la palabra es salvaje?..., pero en un bosque a orillas de un pueblo ¿puede haber esos animales?»

Mi mente se llena de un montón de cuestiones, pero ignoro todas expecto la más importante por el momento:

«¿Quién era el desconocido que había ayer en este bosque lleno de bestias que no se inmutó ante un enorme lobo?»

—No —me murmuro en voz alta—. Lo que importa es cómo voy a volver a casa.

Me detengo bruscamente al darme cuenta que volví a caminar sin rumbo. Ojalá que tuviera una brújula, o supiera orientarme por la posposición del sol. Aunque no sé realmente como funcionan los puntos cardinales, me sentiría más segura con a lo que aferrarme.

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