T r e s

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Desde que Ruggero volvió a aparecer mi vida se convirtió en un desastre, el fantasma Ruggarol volvió a acecharme y llenar cada una de las menciones en nuestras redes sociales. Ambos las ignoramos como si eso fuera moneda corriente; porque lo era.

Antes leíamos las menciones juntos, tal vez en su camerino, o en el mío, o en alguna habitación solitaria en los hoteles; tal vez en un auto mientras íbamos a una entrevista; tal vez vestidos y tal vez no. Recuerdo que solía quejarme de que él era demasiado evidente, porque su novia lo sabría.

Lo amaba tanto que acepté ser la segunda.

Recuerdo como todo se revolucionó tras aquella entrevista en la que me lanzó un beso que se jactó de que nadie lo notaría. Éramos tan evidentes.

Cuando fuimos a Chile y olvidamos que seguíamos en vivo. Ese día creí que se desmoronaría todo, pero a él jamás le importó.

Cuando me miró el trasero en una firma de discos. Sonrío cada vez que lo recuerdo. Esa noche me arrancó ese bello mono negro.

Aquella vez en Roma que usé un labial rojo que tras el beso Lutteo quedó en sus labios.

Todos esos recuerdos llegan a mi como un torbellino de emociones que me vuelven incapaz de olvidarlo. Su tacto sobre mi piel que me hacía sentir la única, cuando con solo mirarnos sonreíamos, porque el corazón nos estallaba de amor.

Vivíamos en un cuento de hadas, o tal vez dentro de una burbuja que estalló cuando volvimos a Buenos Aires, cuando de repente él ya no dormía en el hotel, lo hacía en su casa. Cuando llegaba a los ensayos generales con marcas de besos o, incluso peor, llegaba de su mano.

Y con cada segundo que pasaba junto a ella, una parte de mí se rompía. Y la peor parte era que la única persona capaz de volver a unirme, era él.

— ¿Hola? — Pregunté cogiendo la llamada.

¿Karol?

— Si...

¡Hola! Soy Ester, perdón por tardar tanto en llamar, ¿te molestaría venir al estudio esta tarde?

Dios, tengo que agendar el número de esta mujer.

— Para nada, por supuesto, allí estaré.

Excelente, nos vemos esta tarde entonces.

— Si, claro, adiós.

Colgué la llamada y lancé un chillido de emoción. No me harían ir para decirme que estaba fuera. Mi hijo se acercó a mí, lo había despertado. La emoción me superaba y acabé levantándolo y poniéndome a bailar con él, como lo había hecho en tantos conciertos.

Su risa era música para mis oídos, porque cada vez que lo veía estaba más segura de que había tomado la decisión correcta al tenerlo, al quedarme con él, a hacerle frente a la vida demostrando, una vez más, cuan valiente soy.

(...)

— Buenas tardes. — Saludé entrando al estudio.

— Hola, Karol. ¿Qué tal haz estado? — Me pregunta Álvaro.

— Bien, ¿tú?

— Bien, bien. Oye que te he seguido en Instagram, no sabía que eras tan famosa. — Bromeó.

— Pues si, soy una estrella. — Respondí divertida.

— ¿Donde está tu hijo?

— Lo dejé en casa con mamá, no se cuanto tardaré aquí y no quiero que se aburra.

Papá. »RuggarolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora