Muñeca rubia

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A decir verdad nadie podía creerlo. Para bien o para mal, yo seguía con vida. Después de todo, estaba aquí con ellos acariciando la espalda de mi querido Jojo, el cual derramaba lágrimas de alegría en mi regazo, con sumo cuidado de no tocar ninguna herida que había sido vendada. "¡Estaba tan asustado. . .*sniff* ni se te ocurra hacer una tontería así nunca más."  Dijo el de cabello azules en forma de regaño o más bien súplica. 

Termine por agachar la cabeza, no tengo recuerdos sobre el accidente, no se por que es que salte hacia un carruaje y mi cabeza dolía si trataba de recordarlo. El padre de Erina, el doctor Pendlenton, me examinó durante una hora para luego salir del cuarto y dejar entrar nuevamente a mi primo y a Dio, este no había dicho ni una sola palabra desde mi regreso a la tierra de los vivos. No lo culpo, conociendolo debía estar sumamente furioso por mi estupidez hasta yo estoy un poco asombrada. Lamentablemente tengo la sensación de que algo más estado faltando, no. . . no algo. . . .alguien. . . . "¿_____(Violeta)? ¿Me estás escuchando?" Pregunto Erina mientras que su amorcito de toda la vida sacudía una mano en frente de mi rostro para hacerme reaccionar. 

Por el susto termine brincando un poco, lo que hizo que mis costillas rotas me castigaran con un inmenso dolor. "¡L-lo siento! No era mi intención asustarte ¿E-estas bien?" Agité una mano mientras negaba lentamente con la cabeza para que no se preocupara. En sus ojos se veia una enorme tristeza, parecia que se había preocupado demasiado. Bueno, es Jonathan, estoy segura que se disculparia hasta con una hormiga por pisarla y le haría un funeral. 

Al poco rato, Erina y su padre debían marcharse y Jojo como el caballero que es la escolto hacia la puerta del jardín para que permaneciera segura. Eso significó quedarme en silencio con la penetrante mirada de Dio, la cual me veía desde una punta de la habitación con los brazos cruzados mientras estaba apoyado en una pared. Su mirada era fría y constante, sin apartar ni una sola vez su vista de mi cuerpo que parecia analizar cada uno de mis detalles, desde la forma en que respiraba o cuantas veces pestañeaba. Siendo sinceros, no me molestaba o inquietaba, era ya una costumbre que tenía, después de todo siempre fue de mirarme mucho incluso en la época donde nos -odiabamos-. 

"Casemonos cuando te recuperes." Ordenó de una manera tan natural y calmada que me hizo sobresaltar de la sorpresa, algo que no pareció agradarle mucho. "No te muevas mujer idiota, solo lo empeoraras." 

Me entrego un vaso vaso de agua con la cual debía beber la medicina que el padre de Erina me había ordenado ingerir y una vez acabado lo deje con algo de fuerza sobre la mesita nocturna. "¿Como se te ocurre decir algo tan seria así de la nada? ¡Luego te quejas de que me sobresalte, idiota!" Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, lo que me hizo rabiar un poco. Gracias a esto mi cabeza me empezo a doler bastante, nota mental; evitar enojarme mientras esté herida. 

"Pero que terca eres, Ludenberg." Respondió con un suspiro mientras se sentaba al lado mio en mi cama, lo cual era algo muy vergonzoso. "Estas toda roja ahora ¿En qué cochinadas piensas?" Tome la almohada más cercana a mi brazo funcional y se la tire en el rostro lo que le hizo reír. 

"Deja de burlarte de mí. Además. . . . No se si lo dijiste enserio. . . ." El muy desgraciado terminó por acurrucarse en mi pierna izquierda. "¡O-oye! ¡¿Qué diablos crees que haces?!" Intente mover su cabeza pero este sujeto mi mano para comenzar a besarla. Sin ni una palabra solo se dedicaba a cubrir el dorso, la palma y cada pequeño dedo de cálidos besos que me hacían tener una sensación extraña. "¿Por qué. . . ?" Termine por preguntarme a mí misma con un fino hilo de voz que pensé que él no escucharía.

"Por que estoy feliz." Respondió sin rodeos mientras jugaba con mi extremidad. Uno a uno, iba mirando con detalle cada línea de mi mano mientras memorizaba algunas marcas como pequeñas cicatrices que me hice al cortar con un cuchillo. "¿Sabes leer la fortuna, Ludenberg?" Preguntó mientras la alzaba en el aire dándole vuelta de vez en cuando. 

Eres lo que más odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora