Thomas

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El verdeazulado del patio del campo estaba prácticamente solo, y de hecho aquello tenía sentido, pues cierto era que eran las nueve de la mañana, y todo el mundo estaba en clases. Sin embargo, a Thomas le extrañó que no hubiese nadie en el campo, ya que, pues, estaban aquellos que tenía educación física. Pero no, ni eso, pensó.

Aquel lunes a primera hora seguramente habrían cortado la gramilla, dado que todo tenía un aspecto limpio y en su lugar. «Todo limpio y en su lugar...» a Thomas le incomodaron aquellas palabras. En su vida nada estaba limpio y en su lugar, constantemente se preguntaba, como en aquel momento en clases de historia universal el por qué nada parecía encajarle.

Fue casi trágico el escuchar un aclaramiento de garganta que se esparció por todo el aula de clases. Para Thomas fue una sentencia y él estaba a punto de ser sometido a ella.

Quien se aclaraba la garganta era su profesora de historia, la señorita Páez, cosa que naturalmente hace cuando alguno de ellos no presta atención en clase.

—Señor Realza —oyó que lo llamaba una voz con pesadez, sacándolo de sus más profundos pensamientos. En el momento comprendió dos cosas; la primera, la Señorita Páez, lo miraba furtivamente y con cansancio; y la segunda, como había hecho días, semanas atrás, se había ido totalmente de una increíble forma mental de clases.

Thomas se lamentó por aquello.

Puesto que la cosa iba así; siempre solía sentarse en las últimas mesas de las filas, esas que estaban al lado del ventanal, y pues, a él le gustaba aquel ventanal, lo malo era que le gustaba demasiado al punto de abstraerse totalmente en él, perderse en el exterior y dentro de sí mismo, preguntándose cuestiones sin relevancia que realmente no se resolverían ni allí ni al llegar a su casa. Posiblemente en ningún lugar, pero aún así se martillaba la cabeza pensando en ciertas cosas.

Siempre se perdía en las clases, tenía pensamientos que él no dejaba escapar, pero éstos tampoco lo dejaban tranquilo a él.

—¿Sí...? —dijo Thomas, hablando por primera vez en la hora y media que iban de clase. Decenas de cuellos se giraron para mirarlo, cuello sujeto a cuerpos y cabezas de esos quienes eran sus compañeros, que estaban midiendo cada segundo de lo que estaba a punto de ocurrir, midiendo el momento en que él cayera.

Patético, bufó.

La señorita Páez le respondió en lo que, le pareció, el minuto más largo de su vida.

—Veo que no tenías tu atención al cien por ciento en la clase —observó con tono severo, así como dictan las maestras a aquellos quienes no valoran el arte de estudio en las aulas de clases.

—¿Usted cree? —inquirió Thomas, se oyeron algunas risas en el aula, «esto es lo que ellos quieren —pensó—, que yo quede como el payaso».

La respuesta inmediata de la señorita Páez fue fulminarle con la mirada.

—Bueno —empezó a decir la maestra—, esperamos que no tengas ningún problema con decirnos si Aristóteles estaba en lo correcto con su teoría de que el universo gira en torno a la Tierra, y que ésta en realidad es plana y no redonda.

Thomas iba a preguntarle si era estúpida.

Aquella pregunta estaba fácil, ya que, digamos, todo el mundo sabe que no es así.

—Por supuesto que no —afirmó Thomas rotundamente. En él había seguridad al menos en ese momento.

—Excelente —asintió la señorita Páez, entrelazando las manos—. Ahora, díganos porqué. Obviamente hubo quien dijo que la teoría de Aristóteles era errónea, ¿quién fue el que contradijo a Aristóteles y qué teoría empleó para demostrar lo contrario?

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