Lana 0.2

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Lana giró su torso, a la izquierda, a la derecha, se de espaldas al espalda mientras se miraba en el espejo alto y ovalado que estaba en su cuarto.

Se estaba probando una de las blusas que había comprado esa misma tarde en un centro comercial luego de salir de San Ignacio, puesto que había necesitado hacer algo que le calmara los nervios luego de lo de Félix esa misma mañana. Aquella situación había sido había sido espantosa, horrible, y no había podido parar de llorar.

Por un momento la posibilidad de que Félix pudiese haber muerto la había absorbido hasta cubrirle todo el cerebro, el pecho, sus sentidos dejaron de correr y se había quedado paralizada. Solamente pudo gritar.

Podía recordarlo como fuese pasado tan solo un minuto antes, estaba plasmado en ella, palpable en su mente; ella había estado entrando a la cafetería, debido a que eran las doces y tocaba el almuerzo (el almuerzo no llamada su atención, por supuesto, pero su deber era poner al día a sus amigos de lo que había estado haciendo en vez de entrar a la clase) y cuando entró junto con el río de estudiantes lo vio sentando en una mesa algo alejada con ese amigo suyo que una vez había visto repartir folletos sobre el cristianismo e invitando a todos a la iglesia, y ella lo saludó.

Lo siguiente que había pasado era que él simplemente había colapsado, su cuerpo se deslizó del asiento como un objeto inerte, carente de fuerzas, y la gravedad ni por asomo se resistió, él había caído, y luego había comenzado a temblar como si su cuerpo hubiese estado recibiendo electrochoques...

Fui ahí cuando Lana había empezado a gritar y a llorar, junto con otras chicas estúpidas de rostro gris a las que no recordaba y estaba completamente segura de que Félix no trataba.

Pero daba igual, a Félix le había pasado algo terrible, y José, su amigo, no dejaba que nadie se acercara a su cuerpo al menos que fuese un maestro o un adulto, mientras lloraba y lo acunada en sus brazos.

Se preguntó cómo, pero en ese momento muchas emociones hicieron ebullición en su mente, allí había de todo.

Lana mientras lloraba, recordó vagamente haberle fulminado con la mirada, pues cierto era que ella creía que debió ser ella quien lo acunara. Debió ser ella quien lo cuidase en ese momento, quien le apartase el pelo de frente y le susurrara que todo iría bien.

Pero bueno, consciente era que había tenido bastante de Félix esa mañana y todo en esta vida no se puede tener.

Se quitó la blusa celeste de escote corazón para probarse otra, una de seda, de un hermoso color lila y tirantes sueltos. Cuando ésta cayó por su cuerpo, deslizándose y cubriéndole el torso, miró que la costura era abombada y ancha. La hacía ver gorda. La descartó rápidamente.

Puede que se la diera a su madre, que era más grande que ella.

¿A ver, cómo se había fijado en una maldita blusa que la hacía ver gorda, para empezar? Le echó la culpa a los nervios de este descuido, puesto que semejante cosa nunca había pasado. Ella, gorda. Bufó.

Tal vez todo lo de Félix la había cegado, o tal vez fue el hecho de haber tenido relaciones con él. Ella no podía saberlo. La verdad era que nada sabía en ese momento.

Mientras pasaba la blusa por encima de su cabeza, captó la pantalla de su teléfono encenderse al tiempo que este emitía un pitido advirtiendo la llegada de un mensaje, dio un brinco y de una zancada lo alcanzó. Lo tomó con manos temblantes entres su dedos y lo miró.

Maldijo por lo bajo, no era un mensaje. Sino una advertencia de que su teléfono se quedaba sin batería y que debía cargarlo. ¿Cómo era que el aparato tenía el descaro de jugar con ella en un momento como aquel?

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